Visión de las dos mujeres
Relata
Jenofonte
que, cuando
Heracles (o Hércules, en su nombre latino) llegó a la edad viril, se
retiró a un lugar apartado para reflexionar sobre qué clase de vida debía
escoger. Enfrascado en tales meditaciones, se aparecieron dos mujeres, una de
las cuales, la
Virtud,
resplandecía
de nobleza y decencia vestida con una recatada túnica blanca no exenta de
honesto atractivo. La otra, denominada
Voluptuosidad,
tenía el color encendido, se tocaba despreocupadamente y hacía lo posible para
que Heracles reparara en sus juveniles encantos. Ambas intentaron ganarse al
héroe con diferentes promesas, pero Heracles se decidió por la Virtud.
A partir de aquí se entregaría a limpiar de seres malignos
la faz de la tierra y en especial el escenario helénico, en el que por aquel
entonces pululaban monstruos de todas clases y temibles bandidos.
Muerte del león de Citerón

Una de las primeras hazañas de Heracles fue la de
dar muerte
a un enorme y fiero león que habitaba en el monte Citerón y que era el terror
de los rebaños de
Anfitrión y de la propia Tebas. Allí este último había sido
acogido por el rey
Creonte cuando tuvo que huir de su ciudad natal, Tirinto,
por haber matado a su suegro en circunstancias confusas (Heracles había nacido
accidentalmente en Tebas, pero su linaje provenía de
Argos). Sea como fuere, el
león había ampliado sus correrías al país vecino de los tebanos, cuyo monarca
era el rey
Tespio. Heracles se
adentró en el bosque, buscó al terrible animal y terminó con él. Acto seguido
lo desolló y se vistió con su pellejo, procurando que la mandíbula le cubriera
la cabeza como si fuera un casco.

Algunas versiones hablan de que el rey
Tespio le hospedó en
su palacio mientras duraba la cacería por espacio de cincuenta días. Por la
noche,
Megamede, que había tenido
cincuenta hijas de Tespio y deseaban tener nietos “heroicos”, fue introduciéndoles una a una cada noche en el lecho de Heracles, que pensaba que
siempre era la misma y por un
deber de hospitalidad de los pueblos primitivos
no podía negarse a sus encantos. De esta forma, Heracles engendró cincuenta
hijos, denominados
Tespíados.
Victoria sobre Ergino, rey de Orcómenes

Cuando regresaba de la anterior cacería, Heracles se
encontró cerca de Tebas con los emisarios de
Ergino,
rey de Orcómenes, que se dirigían a cobrar el tributo anual
que los tebanos debían pagarles, pero que consideraban injusto y humillante.
Animado por la Virtud, Heracles se enfrentó con dichos heraldos y les cortó la
nariz y las orejas. Indignado Ergino al contemplar el trato recibido por sus
enviados, exigió a los tebanos la entrega de Heracles. Y ya se hallaba
dispuesto
Creonte a realizar esta
petición por temor a las represalias, cuando el héroe intentó persuadir a un
grupo de jóvenes para que saliera al campo de batalla, cosa imposible por
cuanto sus enemigos les habían despojado de las armas. Entonces, Atenea vino en
auxilio, y dio a Heracles
sus propias armas, permitiendo que sus compañeros
pudieran utilizar todas las que estaban guardadas en su templo. Armados y
pertrechados, Heracles y compañía esperaron a los
nimios, habitantes de Orcómenes, y les derrotaron en un
desfiladero, muriendo el propio rey Ergino, pero según algunas versiones
falleciendo también Anfitrión en el combate. Heracles aprovechó la victoria y
se dirigió a Orcómenes y la destruyó por completo, exigiendo a sus habitantes
(los pocos que quedaron vivos) un tributo doble del que antes les habían pagado
los tebanos.
Creonte, con el fin de agradecer dignamente a Heracles el extraordinario
servicio que había prestado a Tebas, le dio en matrimonio a su hija mayor,
Megara, a la vez que casó a la menor con
Ificles. Los propios dioses obsequiaron a Heracles con valiosos trofeos: Apolo le
dio unas flechas infalibles, Hefesto un carcaj de oro, Hermes una reluciente
espada y Atenea una dorada y brillante cota de malla.
Seguí leyendo: Heracles, Primera Parte
Heracles, Tercera Parte
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