La castración de Urano

    Urano engendró a los Titanes en la Madre Tierra (Gea) después de haber arrojado a sus hijos rebeldes, los Cíclopes y los Hecatónquiros, al Tártaro, un lugar tenebroso en el mundo subterráneo que está tan lejos de la tierra como ésta del cielo. Un yunque que cayera en él tardaría nueve días en tocar fondo. En venganza, la Madre Tierra convenció a los Titanes para que atacaran a su padre, y así lo hicieron, encabezados por Crono, el más joven de los siete, al que ella armó con una hoz de pedernal. Sorprendieron a Urano mientras dormía, y con la hoz de pedernal, el despiadado Crono lo castró sujetando sus genitales con la mano izquierda (que desde entonces se ha considerado la mano de mal agüero) para arrojarlos después al mar, junto con la hoz, en el cabo Drépano. Pero algunas gotas de sangre divina que salieron de la herida fueron a caer en la Madre Tierra, que parió a las tres Erinias, furias que vengan los crímenes de parricidio y perjurio, llamadas Alecto, Tisífone y Mégera. De esa sangre nacieron también las ninfas del fresno, llamadas Melíades.
 

    Los Titanes entonces liberaron a los Cíclopes del Tártaro y pusieron la soberanía de la tierra en manos de Crono.

    Sin embargo, en cuanto Crono se sintió amo absoluto de todo, desterró nuevamente a los Cíclopes al Tártaro junto con los hombres de cien manos (Hecatónquiros), y, tomando a su hermana Rea como esposa, gobernó en Élide.

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