Heracles, Azote de Grecia [Segunda Parte]


Visión de las dos mujeres

    Relata Jenofonte que, cuando Heracles (o Hércules, en su nombre latino) llegó a la edad viril, se retiró a un lugar apartado para reflexionar sobre qué clase de vida debía escoger. Enfrascado en tales meditaciones, se aparecieron dos mujeres, una de las cuales, la Virtud, resplandecía de nobleza y decencia vestida con una recatada túnica blanca no exenta de honesto atractivo. La otra, denominada Voluptuosidad, tenía el color encendido, se tocaba despreocupadamente y hacía lo posible para que Heracles reparara en sus juveniles encantos. Ambas intentaron ganarse al héroe con diferentes promesas, pero Heracles se decidió por la Virtud.

    A partir de aquí se entregaría a limpiar de seres malignos la faz de la tierra y en especial el escenario helénico, en el que por aquel entonces pululaban monstruos de todas clases y temibles bandidos.

Muerte del león de Citerón

     Una de las primeras hazañas de Heracles fue la de dar muerte a un enorme y fiero león que habitaba en el monte Citerón y que era el terror de los rebaños de Anfitrión y de la propia Tebas. Allí este último había sido acogido por el rey Creonte cuando tuvo que huir de su ciudad natal, Tirinto, por haber matado a su suegro en circunstancias confusas (Heracles había nacido accidentalmente en Tebas, pero su linaje provenía de Argos). Sea como fuere, el león había ampliado sus correrías al país vecino de los tebanos, cuyo monarca era el rey Tespio. Heracles se adentró en el bosque, buscó al terrible animal y terminó con él. Acto seguido lo desolló y se vistió con su pellejo, procurando que la mandíbula le cubriera la cabeza como si fuera un casco.

Algunas versiones hablan de que el rey Tespio le hospedó en su palacio mientras duraba la cacería por espacio de cincuenta días. Por la noche, Megamede, que había tenido cincuenta hijas de Tespio y deseaban tener nietos “heroicos”, fue introduciéndoles una a una cada noche en el lecho de Heracles, que pensaba que siempre era la misma y por un deber de hospitalidad de los pueblos primitivos no podía negarse a sus encantos. De esta forma, Heracles engendró cincuenta hijos, denominados Tespíados.


Victoria sobre Ergino, rey de Orcómenes

     Cuando regresaba de la anterior cacería, Heracles se encontró cerca de Tebas con los emisarios de Ergino, rey de Orcómenes, que se dirigían a cobrar el tributo anual que los tebanos debían pagarles, pero que consideraban injusto y humillante. Animado por la Virtud, Heracles se enfrentó con dichos heraldos y les cortó la nariz y las orejas. Indignado Ergino al contemplar el trato recibido por sus enviados, exigió a los tebanos la entrega de Heracles. Y ya se hallaba dispuesto Creonte a realizar esta petición por temor a las represalias, cuando el héroe intentó persuadir a un grupo de jóvenes para que saliera al campo de batalla, cosa imposible por cuanto sus enemigos les habían despojado de las armas. Entonces, Atenea vino en auxilio, y dio a Heracles sus propias armas, permitiendo que sus compañeros pudieran utilizar todas las que estaban guardadas en su templo. Armados y pertrechados, Heracles y compañía esperaron a los nimios, habitantes de Orcómenes, y les derrotaron en un desfiladero, muriendo el propio rey Ergino, pero según algunas versiones falleciendo también Anfitrión en el combate. Heracles aprovechó la victoria y se dirigió a Orcómenes y la destruyó por completo, exigiendo a sus habitantes (los pocos que quedaron vivos) un tributo doble del que antes les habían pagado los tebanos.

Creonte, con el fin de agradecer dignamente a Heracles el extraordinario servicio que había prestado a Tebas, le dio en matrimonio a su hija mayor, Megara, a la vez que casó a la menor con Ificles. Los propios dioses obsequiaron a Heracles con valiosos trofeos: Apolo le dio unas flechas infalibles, Hefesto un carcaj de oro, Hermes una reluciente espada y Atenea una dorada y brillante cota de malla.


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                       Heracles, Tercera Parte

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