Intervensión de Heracles en la Gigantomaquia
Heracles (o Hércules) intervino decisivamente en la lucha de
los Olímpicos contra los monstruos gigantes que querían apoderarse de la morada
de los dioses. El Oráculo había predicho que la batalla contra los gigantes (Gigantomaquia) sólo se decidiría a favor
de los inmortales si intervenía en ella un mortal singular, y Heracles era el
elegido, ya que los monstruosos seres eran invulnerables a las armas divinas y
existía una hierba capaz de hacerlos inmortales para siempre. Zeus, que conocía
todas estas circunstancias, prohibió a la Aurora, al Sol y a la Luna que
alumbraran, y así Gea pudo encontrar la milagrosa hierba para dársela a sus
hijos, mientras Atenea había dado con Heracles y le había convocado para la
lucha.
Uno a uno los Gigantes fueron muriendo a manos de Heracles,
tal como ya mencionamos en la Gigantomaquia,
y los celestiales experimentaron un extraordinario agradecimiento por la ayuda
que les había prestado. Zeus le concedió el nombre de Olímpico, sinónimo de
valiente entre los valientes. Sin embargo, no todos los inmortales estaban
contentos y Hera, cuyos celos aumentaban día a día en contra del hijo bienamado
de su esposo, puso en práctica una vez más su venganza.
Heracles da muerte a sus hijos habidos con Megara
En cierta ocasión Zeus se había dejado llevar por un
comprensible rapto de fanfarronería personal y, antes de que naciera Heracles,
había confesado que el primer nieto que naciera descendiente del héroe Perseo
sería rey y señor de Micenas, el país de los argivos. Al decir esto pensaba en
el hijo que había engendrado en Alcmena. Hera que estaba al quite, hizo que
antes viniera al mundo Euristeo, también descendiente de Perseo, y fue éste el
soberano de Micenas en lugar de Heracles.
Celoso Euristeo de la fama alcanzada por Heracles, ordenó
que se pusiera a su servicio y que realizara algunas misiones a mayor honra y
gloria del propio Zeus. Heracles se resistía, pero Zeus, aun cuando las cosas
no hubieran seguido el camino que él imaginaba, considerando que era un
desacato por parte de su hijo negarse a
cumplir lo solicitado, manifestó a Heracles que debía ponerse al servicio de
Euristeo. El héroe consultó entonces al Oráculo de Delfos y recibió la extraordinaria
predicción de que si llevaba a cabo diez trabajos mandados por Euristeo
terminaría la supremacía de éste y alcanzaría la inmortalidad. Pensativo,
porque por un lado le repugnaba servir a un hombre inferior a él, pero tampoco
quería desobedecer a su padre, Heracles se hallaba meditando ante este dilema,
cuando Hera introdujo la locura en su mente y mató a sus hijos habidos con
Megara, creyendo que eran quizá los de Euristeo o bien que todavía se hallaba
luchando contra los gigantes.
Repuesto de la locura y al darse cuenta de lo que había
hecho, cayó en una desesperación y un abatimiento sin límites, y entonces, para
purificarse de la culpa, entró al servicio de Euristeo, cosa que tanto le
repugnaba. Éste le ordenó los famosos trabajos que había predicho el Oráculo.
Por vez primera hazañas prodigiosas iban a ser realizadas por un humano, bien que tuviera una parte inmortal, pero ya no eran titanes, gigantes, monstruos o dioses los que arrollaban obstáculos y ejecutaban lo imposible. De Zeus había nacido un héroe de fuerza extraordinaria que daría prestigio a la raza humana y al que seguirían otros muchos, hasta que se consumara la destrucción de Troya. A partir de ella los héroes van extinguiéndose en el recuerdo humano y sólo quedará de ellos la idealización del mito. La Hélade ha entrado plenamente en la historia.
Referencias: Heracles, Primera Parte
Heracles, Segunda Parte
Por vez primera hazañas prodigiosas iban a ser realizadas por un humano, bien que tuviera una parte inmortal, pero ya no eran titanes, gigantes, monstruos o dioses los que arrollaban obstáculos y ejecutaban lo imposible. De Zeus había nacido un héroe de fuerza extraordinaria que daría prestigio a la raza humana y al que seguirían otros muchos, hasta que se consumara la destrucción de Troya. A partir de ella los héroes van extinguiéndose en el recuerdo humano y sólo quedará de ellos la idealización del mito. La Hélade ha entrado plenamente en la historia.
Referencias: Heracles, Primera Parte
Heracles, Segunda Parte
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