Hera, la celosa esposa legítima de Zeus

    Los diversos casamientos, aventuras y devaneos de Zeus no impidieron que escogiera esposa legítima para toda la eternidad. Una cosa era placer e incluso buscar justificación a sus actos y otra muy diferente el deber y la responsabilidad de gobernar el universo. Era necesario encontrar la diosa ideal que mejor simbolizara la vida familiar. Entre todas las aspirantes del Olimpo nadie mejor que Hera, su hermana, hija de Crono y Rea. Estas uniones entre hermanos o familiares parecen indicar, bien las costumbres existentes en los primeros tiempos de la humanidad, cuando a veces no se podía elegir por esposo sino a un miembro de la propia familia, bien tendencias de tipo ritual por las que era perentorio desposarse dentro de la misma familia o clan (endogamia) para guardar, según creencias a la inversa de la actual, la pureza de sangre y que la herencia no se desperdigara: así por ejemplo, los faraones del antiguo Egipto.

Esposa y hermana del Dios Padre
    Devorada por su padre Crono, Hera se salvó por el brebaje de Metis. Su cuna, como en tantos otros dioses, se la disputan gran cantidad de pueblos. En Samos, los lugareños de la antigüedad mostraban un árbol a los visitantes, afirmando que bajo él había venido al mundo la diosa. En Argos, por su parte, sucedía otro tanto: Hera, desde los tiempos más remotos, aparece como la principal diosa de Argos, y cerca de esta austera ciudad coronada por la impresionante fortaleza pueden verse todavía las ruinas de su templo. Por eso algunos tratadistas interpretan que al sobrevivir la invasión aria de los aqueos, éstos se encontraron allí con un culto tan arraigado que no tuvieron más remedio que incorporarlo a su Panteón, casándola con Zeus, su dios principal. Así un primitivo culto a la diosa madre (matriarcado) sería absorbido por otro de tendencia viril o, en términos actuales, diríamos machista (patriarcado). La genealogía hace de Hera también hermana de Zeus, lo que según H.J. Rose podía muy bien representar un intento de combinar los cultos. Homero por su parte, en la Ilíada, afirma que fue criada por Océano y Tetis, mientras otras versiones dicen que la acogió en su niñez Temeno de Pelasgos.
    Hera no se sometió nunca a la voluntad de Zeus y conservó siempre su altivo carácter independiente, que recordaba su antiguo origen por encima de dioses y hombres. Por eso fue siempre una diosa de las mujeres en sus tres atributos femeninos: como virgen, como esposa y simbólicamente como viuda (ya que en la realidad nunca podía poseer esta última característica por ser su esposo inmortal).
 
    Si bien en alguna versión se narra que Hera y Zeus ya habían gozado conjuntamente de los pequeños placeres del amor, la mayoría de relatos concuerdan en que fue la majestad de Hera y su orgullosa virtud las que espolearon el corazón de su divino hermano por conseguirla. Zeus se había casado realmente con Metis y con Temis. Hera se convirtió en su tercera esposa legítima y la última. ¿Cómo sucedió esto?
    Al igual que había ocurrido tantas veces, Zeus insistió e insistió junto a Hera sin resultado, entonces recurrió a la metamorfosis, ya que siempre le había dado resultado. Cierto día, la altiva diosa paseaba por el monte Tornax en la isla de Creta y se rezagó del grupo que la acompañaba. De pronto se produjo una terrible tormenta, obra naturalmente del propio Zeus. Entre relámpagos, truenos y rayos el dios se transformó en un desvalido cuclillo y cayó acobardado y tiritando de frío a los pies de Hera, quien sin sospechar por el momento el engaño cogió al pobre pajarillo y lo guardó en su seno para reanimarlo con el calor... Al cabo de cierto tiempo una extraña sensación recorrió todo el cuerpo de Hera y entonces se dio cuenta de lo que estaba pasando...

    Tan sólo después que Zeus hubo jurado por Estigia (juramento sagrado que ni el padre de los dioses podía romper) que la haría su legítima esposa, consintió Hera llegar hasta el final. A partir de entonces el monte Tornax se denominó "monte del cuclillo" y, en recuerdo de aquella primera vez, el cetro de Hera fue rematado por un cuclillo.
    Las solemnes nupcias de los dos hermanos divinos se celebraron en el territorio cretense de Cronos. A ellas asistieron todos los dioses, convocados por Hermes, el mensajero divino. Gea regaló a la desposada el manzano de oro, del que las Hespérides fueron nombradas sus guardianas. También hubo una representación de humanos mortales. Una joven se atrevió a despreciar la invitación y a ridiculizar la fiesta. Hermes la castigó transformándola en tortuga y condenándola a arrastrar su casa lentamente; el nombre de la muchacha, Quelonea, sirvió después para identificar la familia de tan pesados y silenciosos animales quelonios.
    Sin embargo, el inconstante Zeus se cansó pronto de su juramento de fidelidad conyugal y sus devaneos continuaron. La cólera de Hera se cebó en sus continuas rivales y en la descendencia de éstas. Con razón o sin razón, aunque Hera aparezca como víctima, sus castigos desproporcionados nos la hacen aparecer antipática y acre. Su propio matrimonio fue poco más que de conveniencia para legalizar un hecho ya casi consumado. En Argos, Hera solía bañarse todos los años en la fuente Canato y de este modo conservaba su virginidad.

    Del matrimonio de Zeus con Hera nacieron tres hijos: Ares (Marte); Hebe (la Juventud), encargada de las faenas domésticas del Olimpo y hasta la llegada de Ganímedes la que servía el néctar a los dioses, casada con el famoso Heracles una vez divinizado; y finalmente Ilitia, la tercera: nadie podía dar a luz, diosa o mortal sin que ella se hallara presente.

    Con el fin de controlar las andanzas de su voluble esposo, Hera contó con Argos (en la Mitología griega hay varios protagonistas con este nombre), un monstruo de cien ojos, símbolo alegórico de la vigilancia que realizan los celos. Tal como ya relatamos en el episodio amoroso de Zeus con Io, fue muerto por Hermes por mandato del padre de los dioses.

    Ya mencionamos como los celos de Hera (que si entre mortales son terribles puede imaginarse el lector a escala divina las consecuencias de ellos) estuvieron a punto de terminar con el dominio del Olimpo por Zeus y es que entonces todavía no estaba suficientemente asentada su autoridad. Destronados Urano y Crono, los conspiradores dirigidos por Poseidón (hermano de Zeus) podían disputar en cualquier momento la supremacía de aquél, incluso su hija Atenea se jactaba de ser más sabia que su progenitor. De acuerdo con Hera, cierto día cargaron de cadenas a Zeus mientras descansaba y a partir de aquí todo podía ser posible.
    Menos mal que la Nereida Tetis, que estaba muy agradecida al dios padre por haber concertado su matrimonio con Peleo, lo había visto todo y acudió al hecatónquiro Egeón, llamado también Briareo, que con su terrible aspecto puso en fuga a los dioses conjurados y acto seguido libró a Zeus de las cadenas. Más que la suerte de los campeones, Zeus había tenido la suerte de los dioses, la del Ser Supremo, por supuesto.

    Entonces desató su ira contra Hera, sin atender a razones justas o injustas, y la suspendió entre cielo y tierra, colgándole una cadena de oro y atándole un yunque en cada pie. Desde entonces los inmortales aprendieron la lección y no osaron discutir su gobierno. Solamente Hefesto, hijo de Hera, al ver a su madre en aquel estado, protestó con intensidad a Zeus como era el deber de buen hijo. Pero Zeus, que en aquel momento no estaba para sentimentalismos, furioso, propinó un puntapié de tal magnitud a Hefesto que lo arrojó a la tierra desde el Olimpo y, tras el golpe que se dio al caer el pobre Hefesto, quedó cojo para toda la eternidad (aunque, como ya explicamos en otra entrada otras versiones discrepan sobre la causa de la monstruosa figura del dios del fuego). Finalmente y cuando creyó que había expiado suficientemente su culpa, Zeus se avino en dejar libre a su esposa.

    Porque eso sí, sea por lo que fuere, Hera no fue nunca repudiada y en su papel de protectora de la familia y del matrimonio, es decir de la legalidad social constituida, hay mitólogos que creen que Zeus la amaba realmente: las otras eran pasatiempos para él, el dios necesitaba una verdadera compañera y ésa solamente fue Hera.

    Una vez más Hera se cansó de su enamoradizo esposo y del poco caso que le hacía, y para volver a conquistar su afecto y atención recurrió a una estratagema muy propia de mortales: huyó del hogar conyugal y se refugió en la isla Eubea o en Samos. Como Zeus se quedó tan tranquilo y no obstaculizó su marcha, Hera pensó que había que ponerle más teatro al asunto y entonces pregonó que estaba harta de Zeus y que pensaba solicitar el divorcio para casarse de nuevo.

Símbolo de esplendor y fertilidad
    Entonces Zeus empezó a preocuparse y decidió pagar a su esposa con la misma moneda. Aconsejado por el rey de Beocia, Citerón, que pasaba por ser el mortal más sabio de su época, ordenó que vistiesen con lujosas ropas a una estatua y que la paseasen por los aledaños en donde se hallaba Hera, anunciando que una vez divorciado de ésta pensaba contraer nuevo matrimonio con aquella supuesta joven llamada Platea, hija de Apolo.
    Cuando se había formado ya la procesión nupcial con la estatua, Hera acudió allí presurosa seguida de un cortejo de mujeres deseosas de ayudarla, y cuando Hera se dispuso a descargar por enésima vez su ira sobre la rival descubrió el engaño y por una vez la aventura terminó con reconciliación, risas y buen humor. En recuerdo de esta aventura, los habitantes de Platea solían en ciertos períodos del año confeccionar estatuas de madera de roble de un bosquecillo determinado, escogiendo el árbol para realizarlas por medio de la acción de los cuervos que habitaban aquel escenario. Cada sesenta años, durante cuyo lapso de tiempo se habían hecho catorce de dichas imágenes, Beocia entera se reunía para celebrar la fiesta culminante denominada de Dédalo y en la que en la cima del monte Citerón se quemaban las estatuas sobre una gran pira de leña, después de ofrecer sacrificios a Zeus y Hera.

    Otras veces la cólera de Hera tiene otras causas más risibles. Cierto día la diosa discutía con su augusto esposo sobre quién gozaba más intensamente de los placeres del amor, si el hombre o la mujer. Zeus afirmaba que eran las mujeres, mientras que Hera opinaba que la palma se la llevaban los hombres. Ambos decidieron consultar a Tiresias, adivino universal que había tenido sucesivamente experiencias de uno y otro sexo. Tiresias dio la razón a Zeus, diciendo que si los placeres del amor representaban diez partes, al hombre sólo le correspondía una, las nueve restantes se las reservaba la mujer. Entonces Hera, viéndose de este modo desmentida, volvió ciego al pobre Tiresias. Zeus, en compensación, le otorgó el don de la profecía y una larga vida.

    A pesar de que Hera era considerada como modelo de virtud desabrida, algunos relatos afirman que antes de casarse con Zeus tuvo relaciones íntimas con el gigante Eurimedonte, aunque al parecer muy a pesar suyo, y de esta forzada unión, siempre según relatos, nacería Prometeo, cuya rivalidad con Zeus sería proverbial. Al ser vencidos los gigantes, Eurimedonte fue precipitado a los Infiernos.

    También contra su voluntad estuvo a punto de ser poseída varias veces. Así en la Gigantomaquia, Porfirión la había ya dejado semidesnuda cuando Zeus y Heracles la salvaron, y al alóada Efialtes le sucedió otro tanto. Sin embargo, quizá la historia que narra con más detalle la pretendida entrega de la diosa a alguien que no fuera Zeus, es la del rey de los lapitas, Ixión, y a cuya estratagema de Zeus para librarse de él, así como su castigo, ya nos hemos referido. De todas formas, y tal como nos narra Luciano (siglo II d.C.) con su punzante ironía en el Diálogo de los muertos, parece ser que el padre de los dioses (acostumbrado ya a tales lides) exclamó: "Castigo a Ixión no por el amor mismo, que esto no es grave falta, sino por haberse jactado de ello". En una palabra, lo que más molestaba a Zeus no era que amaran a su esposa (quizás esto sería una forma legal de desembarazarse de ella, debió pensar en más de una ocasión), sino que con sus alardes Ixión provocaba que a Zeus se le colocara públicamente un epíteto desagradable.

    De esta atrayente fábula, envuelta como tantas otras en ribetes eróticos, puede quedar en el fondo el elemento histórico que quizás haya que buscar en la mayoría de los mitos. Los historicistas relatan que en tiempos remotos existió un reyezuelo (en aquella época cuadraba más este epíteto, sinónimo de caudillo o conductor de una horda más que el de rey o soberano como nosotros entendemos) llamado Zeus que ofreció hospitalidad a un príncipe lapita, que en vez de agradecer el beneficio del anfitrión intentó enamorar a su esposa. Ante estas apetencias, la reina colocó en el tálamo conyugal una esclava llamada Nefele (es decir nube = recordemos que en el relato de Zeus provoca una nube con la forma de Hera para confundir a Ixión). El soberano no dudó entonces de la fidelidad de su esposa y de las intenciones de su huésped, que creyendo que la mujer que había poseído era la reina, divulgó la aventura con toda suerte de detalles. Entonces el monarca lo expulsó violentamente, tras aclararse toda la verdad. El lapita convertido en el hazmerreír de todo el mundo, tuvo que andar errante el resto de sus días mendigando una limosna.

    En el arte y la literatura, Hera aparece como una matrona majestuosa con rostro bello pero sereno y hermético, ojos grises y cuerpo fuerte pero gracioso. Lleva una armadura completa con yelmo, larga lanza y escudo sobre el que, o sobre su coraza, aparece grabada la espantosa cabeza de la Gorgona. Protectora del matrimonio y por ende de la fecundidad, no es de extrañar que los romanos la identificaran con Juno (y a la que consagraron el mes de junio, mes en el que la naturaleza aparece más vivaz) y le añadieran las funciones de partera de su hija Ilitia, transformándola en Juno Lucina, diosa de la luz y de los partos, de aquí que un sinónimo de parir sea también "dar a luz" (con intervención o bajo de la protección de esta diosa) a un nuevo ser desde las tinieblas del claustro materno.

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