En primera instancia, me gustaría dedicar el presente artículo a Athan Zarek González, por ser un asiduo lector del Blog y, también, por haber solicitado hace ya una temporada el mito de los Doce Trabajos de Hércules.
En segundo lugar, quisiera aclarar que he dividido los Trabajos de Heracles en dos partes, para no sobrecargar la entrada y para hacer más amena la lectura. En un par de días se encontrará disponible la segunda parte de los Trabajos. ¡No te lo pierdas!
En segundo lugar, quisiera aclarar que he dividido los Trabajos de Heracles en dos partes, para no sobrecargar la entrada y para hacer más amena la lectura. En un par de días se encontrará disponible la segunda parte de los Trabajos. ¡No te lo pierdas!
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Primer trabajo: Muerte del león de Nemea
El primer trabajo que el rey Euristeo encomendó a Heracles fue que le trajera la piel del león que asolaba los bosques situados entre Nemea y Cleone de la Argólida, en el Peloponeso. Este león no podía ser muerto por las armas, ya que se decía que era hijo de la serpiente Equidna y del gigante Tifón, y hermano de otro monstruo, la Esfinge de Tebas. Otros en cambio lo hacían descender de Selene y que ésta se lo había dado en préstamo a Hera para sus venganzas. Heracles marchó en busca del león y, al llegar a las cercanías de Nemea, se encontró con un pobre campesino llamado Molorco, cuyo hijo había sido devorado por el temible animal. Molorco acogió a Heracles en su casa con extraordinaria hospitalidad y, para honrarle, quiso sacrificar el único carnero que poseía, pero éste le pidió que aplazara
por treinta días su sacrificio mientras no hubiera muerto el león,
advirtiéndole que si al cabo de ese tiempo no regresaba es que había sido el
león el vencedor y entonces Molorco podía realizar el sacrificio en memoria de
Heracles.
Siguió el héroe su camino, añadiendo a sus
armas cotidianas una enorme porra hecha con el tronco de un olivo silvestre que
había arrancado de cuajo. Llegó a la guarida del león, que consistía en una
cueva con dos entradas. Hasta el atardecer no regresó el animal a su cubil,
ebrio de sangre. Cuando Heracles lo avistó, comenzó a dispararle flechas, pero
quedó perplejo al darse cuenta de que éstas no le hacían el más mínimo daño. El león reparó en Heracles y se dispuso a
atacarle, y el héroe lo atrajo hasta su cueva, en la que previamente había
obturado una de las entradas con una enorme piedra. Empuñó entonces la
descomunal porra y propinó al león un golpe tan tremendo que le hizo tambalear;
fue entonces cuando el semidiós aprovechó para colocarse ventajosamente sobre
el fiero animal y, apretándole entre sus brazos, lo estranguló.
Una vez muerto el león quiso despellejarlo,
y su asombro no tuvo límites pues no había forma de lograrlo. Entonces se le
ocurrió hacerlo con las propias garras del animal y finalmente consiguió su
propósito. Una vez quitada la piel, se confeccionó un
jubón con ella y con las mandíbulas un casco de aspecto feroz. De regreso a
Micenas pasó por la cabaña de Molorco cuando se cumplía el día treinta del
plazo fijado. Cuando el granjero iba a sacrificar el carnero en honor de
Heracles, creyendo que había muerto, apareció éste y le detuvo. Ambos, con gran
alegría, ofrecieron el animal a Zeus. En el mismo lugar del holocausto el héroe
instituyó los denominados Juegos Nemeos, para glorificar al Tonante (es decir:
Zeus, el que produce el rayo y el trueno).
Finalmente Heracles se presentó ante
Euristeo, y al verle el rey con aquel botín dio un salto y se metió dentro de
una jarra de bronce, ordenando a sus soldados que a partir de entonces no
dejasen entrar en la ciudad a semejante campeón, temiendo que algún día pudiera
volverse contra él. Heracles tenía desde entonces que colocar el botín a las
puertas de Micenas sin franquear su umbral, orden que no siempre respetó.
Segundo trabajo: La Hidra de
Lerna
Este monstruo vivía en un pantano cenagoso
cerca de Lerna, en la Argólida. Era también descendiente de Equidna y Tifón.
Fue criada por Hera para vengarse de Heracles. Poseía la forma de una enorme y
monstruosa serpiente de varias cabezas que los autores hacen variar desde seis
hasta cien, y hay quien relata que eran cabezas humanas. En lo que todos
coinciden es en que, si se cortaba una de ellas, rápidamente volvían a nacer en
su lugar tres nuevas. El aliento de sus fauces era sumamente mortal, pues
incluso cuando el monstruo dormía mataba al incauto que osaba acercase a él.
Heracles marchó en busca de la Hidra, tal
como se lo había ordenado Euristeo, pero esta vez llevó a su sobrino Yolao,
mucho más joven que él y gran admirador suyo. Encontró a la Hidra en una colina
cerca de la fuente de Amimone y la acometió al instante con flechas encendidas;
con ellas el monstruo se enfureció todavía más y, arrojándose sobre él, se
enroscó en sus piernas. Heracles hubo de recurrir a toda su fuerza sobrehumana
para escapar del peligro. Comenzó a cortar cabeza tras cabeza, pero éstas se
multiplicaban prodigiosamente. La Hidra se daba cuenta de que frente a ella
tenía a un enemigo invencible y llamó en su ayuda a un gigantesco escorpión,
que consiguió morder al héroe en un talón. Aunque la herida era muy dolorosa,
Heracles pudo finalmente aplastarlo. Los esfuerzos se redoblaron
entonces contra la Hidra. Yolao encendió una hoguera y, con los tizones
conseguidos, Heracles pudo ir cauterizando las heridas de los cuellos a medida
que iba decapitando al monstruo, de forma que al quedarse sin sangre no había
forma ya de que se reprodujeran. Pero la cabeza central era inmortal y el héroe
no tuvo más remedio que doblegarla a golpes de porra, hasta que logró
enterrarla colocando encima de ella una enorme piedra para que jamás volviera y
nunca mejor empleada la frase: “a levantar cabeza”. Pero antes de esto, Heracles pudo
mojar sus temibles flechas en lo último de la sangre de la Hidra, haciéndolas todavía
más mortíferas.
Apolodoro nos cuenta que Euristeo se negó a
reconocer este trabajo entre los que había de imponer a Heracles, por haberle
ayudado su sobrino Yolao. Algunos mitólogos de la Escuela Evemerista
explican que la Hidra de cabezas que renacían constantemente no era sino el
pantano de Lerna, que Heracles consiguió desecar. Las cabezas eran las fuentes
que nutrían la ciénaga y que al filtrarse una y otra vez hacían inútiles los
esfuerzos del héroe.
Según otros estudiosos, Lerno era un tirano
de un país cuya capital se denominaba Hidra. Lerno tenía una guardia personal
de cien arqueros y, cuando uno caía, rápidamente era reemplazado por otro. Tal
circunstancia habría originado la leyenda de las cabezas que renacían una y
otra vez.
Tercer trabajo: Capturar vivo el
jabalí de Erimanto
Un enorme jabalí asolaba Arcadia y en
especial la región de Erimanto. Euristeo mandó a Heracles para que lo capturara
vivo. Cuando se dirigía a realizar el trabajo, se hospedó en casa del centauro
Folo, hijo de Sileno, quien le invitó a comer con sincera hospitalidad. Cuando
Heracles solicitó algo de beber, el anfitrión le explicó que lo único que tenía
era un barril de vino en la bodega, pero que era propiedad de todos los
centauros y, como éstos eran muy egoístas y no deseaban invitar a nadie, él
temía hacerlo. Heracles insistió en que tenía mucha sed y en que le
defendería de cualquier agresión.
El barril era un presente del dios Dioniso,
quien había manifestado el deseo de que se destapara el barril solamente cuando
fuera invitado Heracles. Cuando Folo hubo abierto el barril su magnífico aroma
atrajo a los demás centauros, quienes reclamaron su parte con ímpetu agresivo y
acto seguido se dispusieron a tomarla por la fuerza. Como respuesta, Heracles
rechazó a los que iban en vanguardia una vez entraron en la bodega,
arrojándoles tizones encendidos, después los persiguió hasta Malea en donde
vivía el centauro Quirón, gran amigo
del semidiós. Los centauros perseguidos se escudaron detrás de Quirón y cuando
Heracles disparó una flecha atinó a clavarse en la rodilla del centauro amigo.
Heracles se sobresaltó viendo a su amigo herido e intentó curarle, pero
como sus flechas estaban emponzoñadas con la sangre de la Hidra, esto resultaba
imposible. Sumado a esto, Quirón, que era inmortal, tenía que sufrir
eternamente agudos dolores, por lo que pidió a Heracles que le librase de
ellos. Y el héroe así lo hizo, pues liberó a Prometeo de los Infiernos y
puso en lugar de él a su amigo.
Tras marchar de casa del centauro Quirón,
entró en la de Folo y su pena se acrecentó al ver en ella también muerto a
Folo, pues movido por la curiosidad extrajo una flecha de su compañero y, tras
observarla y admirarse de como un adminículo tan pequeño podía ser causa de la
muerte de un ser tan grande, se le cayó sobre las patas con tal desgracia que se le
clavó en una de sus pezuñas, ocasionándole fulminantemente la muerte.
Compungido, Heracles enterró a su amigo y
finalmente marchó para dar caza al jabalí. Supo sacarlo de su cubil y que
corriera detrás de él hasta un campo de forma que consiguió fatigarlo. Entonces
lo cargó sobre sus espaldas y regresó a Micenas una vez más. Euristeo sintió
temor y volvió a esconderse en una jarra.
Se comprende que en aquellos
remotos tiempos la caza del jabalí fuera una aventura muy arriesgada y llena de
dificultades, que se acrecentaban al tener que capturar vivo al animal, cosa
que Heracles hizo con una red. Por eso el mito intenta dar a la hazaña una
valoración adecuada.
Cuarto trabajo: Coger viva a la
cierva de Cerinia
Maravillosa cierva de estatura mayor que
las demás, cuya cornamenta era de oro y las patas duras y broncíneas, para
resistir largas carreras. Poseía cuatro compañeras a las que la diosa Artemisa
había logrado capturar y uncir a su cuadriga, pero ésta última, consagrada
también a la diosa, había sido destinada por Hera para probar una vez más a
Heracles. Matar al veloz animal que corría como el viento o incluso tocarlo era
considerado un acto sacrílego.
Heracles la estuvo persiguiendo por espacio
de un año hasta que quedó exhausta. Entonces pudo arrinconarla en el río Ladón, en Arcadia.
Acto seguido la hirió levemente en una pata con un flechazo, para conseguir atraparla. Viva aún, el héroe
la cargó sobre sus hombros para llevarla a Micenas. Cuando se dirigía para
llevársela a Euristeo, se encontró nada menos que con Apolo y su hermana gemela, la diosa Artemisa, dueña de la cierva. Ambos le interrogaron sobre el
animal que llevaba sobre sus espaldas y le acusaron de haber querido darle muerte, a
la vez que procuraban arrebatarle la presa. Heracles contestó que no era su
intención cazar a la cierva, ni darle muerte, pero que Euristeo le había
ordenado lo primero, por lo que cumplía su mandato. Los dioses quedaron
satisfechos con tal respuesta y le autorizaron a que reanudara su camino.
Quinto trabajo: Las aves del lago
Estínfalo
Eran unas aves que habitaban un tupido
bosque junto al lago Estínfalo, en Arcadia. Habían huido allí acosadas en otro
tiempo por los lobos y en aquel lugar se habían multiplicado
extraordinariamente, siendo el terror de las cosechas de los campos, y según
otras versiones devoraban animales e incluso personas, y hasta se decía que sus
plumas eran de acero y las podían disparar como si fuesen flechas, tan duras
que atravesaban las cotas de malla de los guerreros.
El problema consistía en hacerlas salir de
sus dominios, puesto que en ellos era prácticamente imposible la entrada.
Heracles se valió entonces para ello de unas enormes castañuelas de bronce. El
ruido de este instrumento las hizo salir de la espesura y el semidiós,
aprovechando la oportunidad, las fue matando una a una con las flechas envenenadas en la
sangre de la Hidra.
Sexto trabajo: Limpiar los
estables del rey Augías
Euristeo, lleno de temor ante las hazañas
del hijo de Zeus, y viendo que nunca resultaba vencido, le ordenó un nuevo
trabajo: en un solo día debía dejar limpios los establos del rey Augías,
soberano de Élide en el Peloponeso. Hijo de Helio (el Sol), había heredado de
su padre un numerosísimo rebaño de reses que se hallaba encerrado en un amplio
cercado frente al Palacio Real. El hacinamiento provocó la falta de limpieza.
El estiércol se fue amontonando en tal cantidad que se desarrollaron todo
tipo de gérmenes infecciosos, que extendieron la peste por toda Grecia. Este
trabajo era indigno y vergonzoso para un héroe y parecía que su realización era
imposible consumarla en tan solo un día.
Heracles se presentó ante Augías y se
ofreció a realizar la limpieza sin decir que venía de parte de Euristeo. Augías,
contemplando un héroe tan apuesto, pensó para sus adentros que éste no
conseguiría su propósito, puesto que el trabajo era más propio de esclavos, por
ello le ofreció trescientos bueyes de recompensa por la empresa.
El semidiós aceptó la oferta y se llevó
consigo a Fileo, hijo del monarca, para que fuera testimonio de su trabajo. A
continuación abrió un boquete en un extremo del enorme establo y, tras haber
excavado un canal, hizo desviar las aguas de los ríos Peneo y Alfeo hacia el
cercado. Las aguas de los ríos arrastraron todas las inmundicias y el establo
quedó perfectamente purificado.
Cuando Augías se enteró de que aquel
trabajo había sido llevado a cabo por orden del rey Euristeo, no quiso pagar lo
estipulado e incluso negó que hubiera tal acuerdo. Pensó que lo mejor sería
someterse a un arbitraje, en el que tenía aparentemente todas las de ganar,
pero no contó con que su propio hijo, que amaba la justicia, declarara en
contra suya y entonces Augías ordenó a sus soldados que expulsaran del
territorio al héroe y a Fileo. Pero no pasó mucho para que Heracles atacara al
deshonesto rey con los que quisieron seguirle, hartos de la tiranía de Augías, y
le venció y dio muerte, colocando en el trono a Fileo. Seguidamente tomó los
bueyes que le correspondían y marchó para presentarse ante Euristeo, quien no
quiso reconocer que aquel trabajo lo hubiera realizado Heracles como expiación,
por haber solicitado un salario a cambio.
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