Según la mayoría de versiones, el primer amor adulterino de Afrodita fue Ares, el dios de la guerra. Ares era duro, agresivo, poco amable, y no se entretuvo en cortejar a la diosa con palabras dulces, sino que se presentó directamente ante ella y fue rápidamente al asunto expresándole su deseo. De momento, Afrodita, que no estaba acostumbrada a aquellas brusquedades, sintió temor. Pero él, sonriente, se sacó entonces su pavoroso casco y la coraza y se mostró tal cual era: mucho más humano... Finalmente ocurrió lo que tenía que ocurrir..
Tres hijos dio Afrodita a Ares: Fobos, Deimos y Harmonía, los cuales pasaron por ser hijos del pobre Hefesto, que no se enteraba de nada, hasta que un día (o más bien una noche) los amantes se quedaron demasiado tiempo en el lecho en el palacio de Ares en Tracia; cuando Helio (el Sol) se levantó los vio gozando placenteramente y llevó el dato al inocente marido.
Por una vez Hefesto se retiró airado a su fragua y, a golpes de martillo, forjó una red de caza de bronce, fina como una telaraña, pero irrompible, que ató a los postes y lados del tálamo conyugal y cuyos hilos resultaban invisibles hasta para el ojo investigador de los inmortales. Su esposa, que había regresado muy contenta, explicó a Hefesto, mintiéndole, que había estado ocupada en Corinto y entonces éste le dijo que tenía que hacer un viaje a la isla de Lemnos con objeto de descansar de tan pesados trabajos...
Afrodita, sin la más mínima sospecha, dejó a su esposo alejarse y entonces avisó a Ares de que tenía el camino libre. Voló el dios del casco áureo junto a su amada y tomándola en sus brazos expresó así sus impetuosos deseos: "¡Oh diosa que yo adoro! Entreguemos nuestros corazones al placer del amor, pues Hefesto te ha abandonado prefiriendo descansar lejos de ti".
La diosa, abrasada de pasión, cedió a su ruego y, cuando más entusiasmados se hallaban, la trampa se cerró sobre ellos y los dejó estrechamente abrazados sin poder realizar ningún movimiento. Avisado por Helio, volvió Hefesto y, tras sorprender a su presa, llamó a sus compañeros celestiales para que fueran testigos de su deshonor. Después prometió no dar la libertad a los dos amantes hasta que le devolviesen los valiosos regalos con que había pagado a Zeus, padre adoptivo de la diosa (¿y del dios?). Los dioses llegaron pronto, pero el pudor detuvo a las diosas...
Sin embargo, Apolo, tocando disimuladamente a Hermes con el codo le preguntó: "¿No te gustaría estar en el lugar de Ares, a pesar de la red?".
"¡Oh vergüenza, digna de envidia! -respondió Hermes con regocijo-. Multiplicad todavía más estas innumerables ligaduras, que todos los dioses y diosas del Olimpo rodeen este lecho y que pase yo la noche entera en brazos de la bella Afrodita."
Poseidón, que al ver el cuerpo desnudo de Afrodita se había enamorado de ella, ocultó sus celos de Ares y simuló que simpatizaba con Hefesto: "Puesto que Zeus se niega a ayudar -dijo-, yo me encargo de que Ares, como precio por su libertad, pague el equivalente de los regalos de la boda en cuestión".
"Todo está muy bien -replicó Hefesto acremente-, pero si Ares no cumple, tú tendrás que ocupar su lugar bajo la red."
"¿En compañía de Afrodita?" -dijo Apolo riendo. "Yo no puedo creer que Ares no cumplirá -manifestó Poseidón con nobleza-, pero si así fuera, yo estoy dispuesto a pagar la deuda y casarme yo mismo con Afrodita, si ésta fuera repudiada."
Finalmente Hefesto, que estaba locamente enamorado de su esposa, accedió en romper con su martillo la red maravillosa.
Libres de estos lazos que parecían indestructibles -termina diciendo el propio Homero- los dos amantes volaron por los espacios, avergonzados, huyendo del Olimpo y de las miradas burlonas de sus compañeros. Ares se refugió en su querida Tracia y la diosa del amor volvió a la isla de Chipre, a Pafos, en donde las Gracias la condujeron al baño sagrado y allí renovó como siempre su virginidad; acto seguido, derramaron sobre ella un perfume celeste que aumentaba la belleza de los inmortales y la adornaron con nuevos y hermosos vestidos, y así ataviada pudo lanzarse otra vez a la conquista...
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