Gigantomaquia

    Dueño del poder, Zeus lo compartió con sus hermanos, Poseidón y Hades, a quienes dio respectivamente el dominio de los mares y el de las mansiones subterráneas. Pero entonces fueron los gigantes nacidos de la sangre que brotó de la herida infligida a Urano los que quisieron escalar el Olimpo.

    Los gigantes tenían espesa cabellera, barba hirsuta y cuerpo de serpiente, su talla era extraordinaria y su fuerza monstruosa. Ante su presencia palidecieron las estrellas, retrocedió el sol y la Osa se hundió en el mar. Para asaltar la morada de los dioses colocaron unas montañas sobre otras: Athos, Osa, Pelión, Ródope (topónimos plenamente helénicos, es decir, montañas que existen en Grecia todavía en la actualidad con este nombre), y desde la cúspide atacaron con furia, utilizando como proyectiles rocas y troncos de árboles inflamados. Los dioses huyeron aterrorizados y muchos de ellos, adoptando la forma de diversos animales, se refugiaron en Egipto hasta que el peligro hubo pasado.

    Sin embargo, aunque de origen divino, a los gigantes se les podía dar muerte a condición de que lo hicieran a la vez un dios y un mortal. Como existiera una hierba mágica producida por la Tierra capaz de hacerlos invulnerables a las heridas de los mortales, Zeus recogió esta planta antes que alguien hubiese podido apoderarse de ella y para ello prohibió al Sol, la Luna y la Aurora que brillasen; de este modo, nadie tuvo luz necesaria para buscarla antes de haberla encontrado él.

    No todos los dioses se acobardaron, muchos de ellos se agruparon en torno a Zeus e iniciaron la contraofensiva por su supervivencia. La valerosa Estigia fue la primera en prestar su auxilio acompañada de sus hijos: la Victoria, el Poder, la Emulación, y la Fuerza. Agradecido Zeus por su diligencia, dispuso que en adelante fuesen inquebrantables los juramentos que se hiciesen por ella. Por eso los dioses acostumbraron a jurar por la laguna de Estigia (o Estige) y en muchas obras clásicas puede leerse tal expresión.

    Tras Estigia acudieron Ares (Marte) y Atenea (Minerva). Pero era imprescindible encontrar rápidamente al mortal que, según la tradición, debía contribuir a la victoria de los olímpicos y ese ser privilegiado no fue sino Heracles [Hércules], tal como le descubrió a Zeus Atenea, en fin de cuentas hijo del padre de los dioses.

    Heracles, desde el carro paterno, derribó con una flecha a Alcinoeo, el caudillo de los gigantes, pero aunque cayó a tierra se levantó de ella vivificado porque aquella era su tierra natal, de Flegras, en la Tracia, y según la leyenda los gigantes no podían ser muertos en el lugar en que hubieran venido al mundo. "¡Rápido noble Heracles!", clamó Atenea, "¡Arrástralo a otra región!" Heracles tomó a Alcinoeo a cuestas y le arrastró hasta el otro lado de la frontera de su país natal y allí lo remató con una maza.

    Luego Porfirión saltó al cielo desde la gran pirámide de montañas realizadas por él y sus compañeros y, no pudieron sorprender a Atenea, ante la arrogante actitud defensiva de ésta, se lanzó contra Hera, la divina esposa de Zeus, a la que intentó estrangular. Entonces Eros le lanzó una saeta y le hirió en el hígado, cambiando la ira del gigante por una lascivia desenfrenada. Ávido de lujuria, Porfirión rasgó la túnica de la diosa. Zeus, al ver que su esposa iba a ser ultrajada, aprovechó el enajenamiento de su enemigo para herirlo con un rayo. Finalmente Heracles, que regresaba victorioso, terminó por matarle con una flecha.

    Mientras tanto Efialtes, otro gigante, había obligado a Ares a arrodillarse ante él, pero Apolo le hirió en el ojo izquierdo y Heracles, clavándole otra flecha en el derecho, fulminó a Efialtes. Porque era Heracles, tal como el oráculo había profetizado, el que tenía que terminar con los monstruosos seres. Así sucedió cuando Dioniso [Baco] derribó a Eurio o Hécate, chamuscó a Clito con sus antorchas, Hefesto [Vulcano] escaldó a Mimante con su caldero hirviente de metal o Atenea aplastó al lascivo Pelante con una piedra cuando pretendía forzarla.

    Ante el contraataque de los dioses, los gigantes supervivientes se desanimaron y se batieron en retirada perseguidos por los olímpicos. Atenea terminó entonces con Encélado, aplastándolo con la isla de Sicilia. Poseidón arrancó una parte de la isla de Cos con su tridente y lo arrojó contra Políbotes, originándose así el islote volcánico de Nisiros o Nisro, bajo el cual yace enterrado el gigante.

    Los restantes seres monstruosos organizaron una desesperada resistencia en Batos, cerca de la Arcadia Trapezunte, donde la tierra aparece calcinada y los labradores desenterraron según la leyenda durante mucho tiempo enormes seres antropomorfos. Hades prestó a Hermes [Mercurio] el yelmo de la invisibilidad y mató a Hipólito, y Artemis [Diana] derribó a Gratión de un flechazo. Por su parte, las Moiras [o Parcas], armadas con sus mazos de bronce, rompieron las cabezas de Agrio y Toante, y los que quedaron fueron alcanzados por los rayos de Zeus y la lanza de Ares, los cuales llamaban a Heracles para que rematara a cada gigante. El escenario del gran combate era ubicado unas veces cerca de Tracia, en la península de Pelene, otras en Arcadia, junto al río Alfeo, y otras en los Campos Flegreos, no lejos de Cumas, en Italia. Pero de la sangre derramada por los gigantes se engendró una raza de hombres perversos, fiel reflejo de la tradición universal sobre este fenómeno (igualmente la pareja superviviente, considerada justa a los ojos de los dioses, se salvó gracias a la construcción de un arca).

    En esta grandilocuente lucha conocida como la Gigantomaquia (batalla o lucha contra los gigantes), no faltó lo anecdótico y lo imprevisto, como cuando algunas versiones cuentan que al aparecer los gigantes se asustó el asno del sátiro Sileno y sus rebuznos fueron tan enormes que impidieron el primer asalto de aquéllos, ya que quedaron perplejos ante los extraños sonidos, creyendo que provenían de algún terrible animal. Otras terribles narraciones cuentan que no fue el asno de Sileno sino el de Dioniso, mientras que otras refieren que este suceso ocurrió cuando Tritón empezó a hacer sonar su trompa marina.

    Sea como fuere, aunque salta a la vista la ingenuidad de tales relatos como un intento de explicar una fantástica derrota, en Mitología (y la griega no es una excepción) hemos de acostumbrarnos a encontrar lo grandioso y lo terrible mezclado con lo infantil, reflejo subsconciente del modo de ser de los pueblos antiguos creadores de los mitos.

    La Gigantomaquia fue un tema favorito de la plástica, y así podemos contemplarla en muchos frontones conservados de los templos clásicos (algunos de los cuales son guardados celosamente en los museos más importantes del mundo). Los cuerpos de los monstruos, rematados en serpientes, se prestaban admirablemente a rellenar los ángulos de los frontispicios y terminar así artísticamente una composición.

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