Se dice que desde el origen del mundo los hombres atravesaron cuatro edades: la Edad de oro, la Edad de plata, la Edad de bronce y la Edad de hierro.
Art by BloodMoonEquinox. Una excelente alegoría del mito y las edades históricas del Hombre. |
La primera generación fue la de los hombres de oro, los primeros habitantes de la Tierra. Ellos vivían de la misma manera que los dioses del Olimpo: sus corazones estaban libres de inquietudes, de preocupaciones y de miserias. No existían para ellos ni el castigo ni el miedo, y vivían en un estado de justicia y de paz. No pesaban sobre ellos las molestias de la cruel vejez: se mantenían fuertes y sanos, en un estado de permanente juventud. Continuamente celebraban los placeres del mundo en festines y banquetes. Estos hombres de oro aún no habían cortado los árboles de los bosques ni habían herido la tierra para quitarle sus frutos. Vivían de aquello que la naturaleza les brindaba espontáneamente y en abundancia, pues en aquellos tiempos la primavera parecía eterna, las flores brotaban sin mayor esfuerzo, en los ríos corría el néctar caudaloso y de los verdes árboles se destilaba la dorada miel. Para estos hombres la muerte no era más que un dulce sueño al que se entregaban con serenidad. La generación de oro desapareció un día de la faz de la Tierra. Y ya luego, Zeus, el que reina en el Olimpo, los convirtió en genios buenos, guardianes de las causas justas que, ocultos en la niebla, velan por el bienestar de la humanidad.
La segunda generación fue la de los hombres de plata, que resultó mucho más débil que la de los hombres de oro. Se acortó el tiempo de la antigua primavera dorada y fueron creados el invierno, el verano y el otoño. El aire fue abrasado por el calor, y el viento frio sobre las aguas produjo el hielo. Entonces, por primera vez, el hombre debió cortar los árboles para construir casas y cobijarse. Los hombres de plata aprendieron a dominar la naturaleza: araron la tierra, cercaron los campos y trabajaron para obtener su sustento. Ésta fue una generación pueril y privada de inteligencia, que se negaba a rendir culto a los moradores del Olimpo y actuaba siempre de forma desmedida. Y ya luego, Zeus, el que amontona las nubes, enojado con ellos, los hizo desaparecer bajo tierra y los convirtió en genios inferiores.
La tercera generación fue la de los hombres de bronce. Eran brutos, violentos y robustos, y estaban entregados a las tareas físicas. A esta generación le atraían la guerra y los combates; es por eso que tenían el corazón endurecido y su aspecto causaba horror y temeridad. Sin embargo, no eran perversos, como lo serían luego los hombres de hierro. Sus armas, sus herramientas de labranza, y sus casas estaban hechas de bronce. A pesar de su ferocidad, la Negra Noche los atrajo a su seno. Y ya luego, Zeus los hizo descender a la morada de Hades, el que reina en las sombras, sin dejar rastro de ellos sobre la Tierra.
La última generación es la de los hombres de hierro. Este metal tan vil dio lugar a toda clase de crímenes y los hombres empezaron a carecer de pudor, de verdad y de buena fe. En su lugar, reinaron el fraude, la perfidia, la traición, la violencia y la pasión desmedida por las riquezas. Fue la edad de las guerras y de los enfrentamientos, pero no solo entre los hombres, sino entre los hombres y la naturaleza: no se extraía de la tierra únicamente el alimento necesario, sino que se hurgaba en sus profundidades hasta esquilmarla y quitar todo rastro de oro, plata y otros ricos metales. En esta triste era, el huésped desconfiaba del anfitrión, el suegro del yerno y el esposo tramaba la perdición de la esposa. Los padres, en su vejez, eran menospreciados por sus propios hijos. El hombre cobarde y artero prevalecía sobre el noble y el valiente. Puesto que fue la edad de las falsas promesas y de los falsos juramentos, la palabra perdió todo su valor. Ésta es la última generación de hombres, ya abandonados por Zeus, el hacedor del rayo, y los demás dioses del Olimpo que se han avergonzado de ellos. Desde entonces los mortales han quedado solos en la Tierra, con sus angustias y dolores, desprotegidos, y sin remedio para aliviar el mal que los aqueja.
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