Un dios deforme y cojo: Hefesto

    He aquí otra divinidad probablemente también venida de Oriente. Hefesto (Hefaistos o Vulcano en versión italiana), según algunos relatos, es hijo de Zeus y de Hera, pero otros narran que Hera lo concibió por sí sola sin intervención de ser masculino, envidiosa de que Zeus había hecho lo propio con Atenea. Cosa completamente ilógica, puesto que ya explicamos que fue precisamente Hefesto el que le abrió la cabeza al padre de los dioses de un hachazo para que pudiera salir la diosa de la Sabiduría. Pero como en Mitología la lógica no existe y hay siempre tal cantidad de versiones contradictorias, la inspiración poética no atiende a razones.

    Se cree que Hefesto, dios del fuego, nació deforme y cojo, aunque algunos mitólogos explican que fue su fealdad la que provocó la cojera, ya que su madre, al verlo tan poco favorecido, le dio un puntapié y lo arrojó al vacío desde lo alto del Olimpo. Hefesto cayó en el Océano, donde fue recogido por las hijas de éste, Tetis y Eurinome, y, tras salvarle la vida, lo criaron durante nueve años en una profunda gruta submarina. Allí inició su carrera de herrero divino, forjando toda clase de hebillas, broches, brazaletes y collares, alcanzando en este arte una técnica depuradísima. Hefesto guardó siempre para sus madres adoptivas un profundo cariño por sus desvelos para con él.

    Cierto día construyó un trono de oro que poseía unos resortes ocultos. Terminado éste hizo como si quisiera congraciarse con su verdadera madre y se lo regaló. Hera quedó muy complacida con ello y se sentó inmediatamente sin la menor sospecha y acto seguido el mecanismo funcionó y la diosa quedó aprisionada, causando la hilaridad de los olímpicos, incluso Zeus llegó a regocijarse con ello. Pero entonces nadie supo como soltar a Hera de aquella trampa y tuvo que ser Dioniso el que, después de embriagar a Hefesto y conducirlo al Olimpo, le arrancó el secreto del sistema mecánico y Hera pudo ser liberada. Finalmente madre e hijo parece que se reconciliaron.

    Otro relato, cuyo autor es el propio Homero, explica que cierto día en que Zeus disputaba con Hera a consecuencia de la persecución que ésta realizaba contra Heracles, la suspendió de los aires, y como Hefesto saliera en defensa de su madre, el Tonante tomó de un pie al entonces pequeño dios y lo precipitó del cielo a la isla de Lemnos. El choque fue tan violento que Hefesto quedó cojo para toda la eternidad.

    Se han intentado conciliar estas dos variantes, afirmando que el castigo de Zeus contra su esposa se debió a la conjura de ésta para destronarle; el resto del relato coincide, aunque vuelve a resaltarse que no habría sido en Lemnos la caída, sino en el mar, y que las diosas marinas lo habrían recogido.

El dios más humano
    Naturalmente los habitantes de Lemnos contaban que sus antepasados habían curado al dios y que después en la isla había aprendido el arte de la forja de los cíclopes, trabajando con ellos en un antro profundo; el fuego surgía por las crestas del monte, que los martillos hacían retemblar y los golpes en los yunques se oían desde muy lejos. La isla de Lemnos se trata de un típico terreno volcánico, por eso los romanos al adoptarlo en su panteón le denominaron Vulcano, derivado de la palabra volcán, y de ahí arranca precisamente el mito de Hefesto como dios del fuego de las entrañas de la tierra.

     La Mitología narra las obras más importantes salidas de la divina fragua de Hefesto: el maléfico collar de Harmonía; la corona de Ariadna; el escudo de Heracles; el palacio de Helio; el rayo de Zeus, los dos perros de oro y plata que regaló a Alcínoo y las armas de Aquiles, de las que la Illíada hace una extensa descripción.

    Cuando Hefesto encadenó a su madre en el trono parece ser que, a cambio de liberarla, solicitó a Zeus la mano de Atenea. El Tonante consintió, pero con tal de que ella estuviera de acuerdo. Naturalmente Atenea, diosa virgen, no quiso saber nada de aquella promesa e intentó huir de las acechanzas del deforme dios, que llegó a tenerla en sus brazos. La diosa forcejeó con bravura y, antes de desasirse, le cayó en el muslo un poco de semen de Hefesto. Indignada y asqueada, cuando pudo liberarse se limpió con un trozo de lana que después arrojó al suelo. De la tierra fecundada nació el monstruo Erictonio, el cual, cuidado en secreto por Atenea llegó a ser, a pesar de su monstruosidad (tenía cola de serpiente), un cultísimo monarca de Atenas. El mito reúne así a dos divinidades civilizadoras, Hefesto y Atenea, en la ciudad cuna de la civilización Occidental.

De izquierda a derecha: Apolo, Hefesto y los cíclopes

    Como contraste con sus taras físicas, Hefesto consiguió casarse con la diosa más bella del Olimpo: Afrodita, pero ya hemos relatado las infidelidades de ésta para con su deforme esposo. Las diversas versiones mitológicas citan como hijos de Hefesto a Caco, Cécrope, Céculo, Cereión, Ocrisio, e incluso algunas de ellas hablan de que lo era el propio Eros o Cupido, hijo según éstas también de Afrodita. Los sobrenombres del dios del fuego y la fragua fueron Etneo, Flamipotente, Ignipotente, Mulcífero, Pandamator, entre otros.

    Al igual que explicábamos que Afrodita era la diosa más humana por su carácter, su esposo Hefesto era el más humano de los dioses y dentro de su fealdad hasta el más simpático, porque además trabaja. Es pues un dios proletario culto, un obrero cualificado, constructor de las armas, los muebles, los áureos palacios de sus divinos compañeros, fabricante de los más diversos objetos y atención: autómatas.

    Según la leyenda, en una ocasión construyó una serie de mujeres mecánicas de oro que le ayudaban en su fragua; podían incluso hablar y realizar las tareas más difíciles que él les encomendaba. El dios también poseía una serie de trípodes con ruedas de oro alineados alrededor de su fragua, y los trípodes podían ir por sí solos a una reunión de los dioses y volver a su primitivo lugar. Hefesto se halla mezclado también con el mito de la creación de la primera mujer o mito de Pandora.

    Como sucede generalmente en los pueblos primitivos Hefesto, como buen herrero, es también un mago, un hechicero. Se le representa inundado de sudor, el pecho velludo, la frente cubierta de hollín y en actitud de mover su nervudo brazo los enormes fuelles de la fragua. También se le representa deforme y cojo, forjando el rayo y con un águila a su lado. En los antiguos monumentos aparece con barba espesa, pelo desgreñado, vestido con un traje que no le llega a la rodilla, bonete o gorro puntiagudo, en la diestra un martillo y en la otra mano unas tenazas. Finalmente, resaltar que a pesar de la descripción de su cojera, únicamente en una estatua de Atenas esculpida por Alcmenes aparece de tal forma, como nos explica el gran orador latino Cicerón.

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