Existió una doncella de Lidia, en Asia Menor, llamada Aracne. La joven había alcanzado un grado de perfección tan extraordinario en el arte de tejer y bordar que parecía que nadie podía superarla. Atenea -que había enseñado a los mortales tan difícil arte-, deseosa de conocer a tan aventajada discípula, se presentó ante ella disfrazada de anciana y, aunque alabó su técnica, le aconsejó que fuera más modesta.
Sin embargo, Aracne se engreyó todavía más y llegó a desafiar a la misma diosa. Ésta se dio a conocer y la competición comenzó. Atenea representó en la tela varias historias en las que revelaba una maravillosa pericia y originalidad. Le tocó el turno a Aracne y llegó a superar, si cabe, a la propia diosa; pero sus temas representados eran verdaderas caricaturas con tintes burlescos de los amores de Zeus y los olímpicos. Encolerizada por su impiedad -y en parte por celos- Atenea propinó a Aracne tan terrible golpe en la cabeza que la locura anidó de pronto en ella.
Poco después, la antaño soberbia muchacha intentó ahorcarse, pero Atenea, que era justa pero no apuraba nunca su venganza, impidió el suicidio y metamorfoseó a Aracne en araña. La joven no cambió de gustos y continuó tejiendo sin cesar sus telas.
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