Atenea, Diosa Guerrera

Art por Jorge Martínez
    Atenea inventó la flauta, la trompeta, la olla de barro, el arado, el rastrillo, el yugo para bueyes, la brida de caballo, el carro y el barco. Fue la primera en enseñar la ciencia de los números y todas las artes femeninas, como la de la cocina, el tejido y el hilado. Aunque es una diosa de la guerra, no le agrada la batalla, como les agrada a Ares y Eris, sino más bien el arreglo de las disputas y la defensa de la ley por medios pacíficos. No lleva armas en tiempo de paz y, si alguna vez las necesita, se las pide habitualmente a Zeus. Su misericordia es grande: cuando los votos de los jueces se igualan en un juicio criminal en el Areópago, siempre da el voto decisivo en favor de la absolución del acusado. Sin embargo, una vez que interviene en la batalla nunca es derrotada, ni siquiera cuando lucha contra Ares mismo, pues domina mejor que él la táctica y la estrategia, y los capitanes prudentes acuden siempre a ella en busca de consejo.

    Muchos dioses, Titanes y gigantes se habrían casado de buena gana con ella, pero ella rechazaba siempre todos los requerimientos amorosos. En una ocasión, durante la guerra de Troya, como no quería pedir a Zeus que le prestase sus armas porque éste se había declarado neutral, pidió a Hefesto que le hiciese un equipo especial para ella. Hefesto no quiso que le pagara y dijo tímidamente que haría el trabajo por amor; cuando, sin sospechar el significado de esas palabras, Atenea entró en la fragua para ver cómo el dios golpeaba el metal candente, Hefesto de pronto se dio media vuelta y trató de violarla. Hefesto, que no siempre se comportaba tan groseramente, había sido víctima de una broma maliciosa: Poseidón acababa de informarle de que Atenea se dirigía a la fragua, con el consentimiento de Zeus, llevada por la esperanza de que le hiciese el amor violentamente. Al apartarse Atenea precipitadamente, Hefesto eyaculó contra su muslo, un poco por encima de la rodilla. Ella se limpió el semen con un puñado de lana, que luego arrojó con asco; éste cayó al suelo en las cercanías de Atenas y fertilizó accidentalmente a la Madre Tierra que estaba allí de visita. Asqueada ante la idea de dar a luz un hijo que Hefesto había tratado de engendrar con Atenea, la Madre Tierra declaró que no aceptaría responsabilidad alguna de su crianza.
    «Muy bien —dijo Atenea— yo mismo me encargaré de ello». En consecuencia se hizo cargo de la criatura tan pronto como nació, le llamó Erictonio y, como no quería que Poseidón se riese del buen éxito de su chanza, lo ocultó en un cesto sagrado que entregó a Agaluro, la hija mayor del rey ateniense Cécrope, con la orden de guardarlo cuidadosamente.
    
    Cécrope, un hijo de la Madre Tierra y, como Erictonio —quien según algunos era su padre—, en parte hombre y en parte serpiente, fue el primer rey que reconoció la paternidad. Se casó con una hija de Acteo, el primer rey del Ática. También instituyó la monogamia, dividió el país de Ática en doce comunidades, construyó templos dedicados a Atenea y abolió ciertos sacrificios de sangre en favor de modestas ofrendas de tortas de cebada. Su esposa se llamaba Agraulo; sus tres hijas, Aglauro, Herse y Pándroso, vivían en una casa de tres habitaciones en la Acrópolis. Un anochecer, cuando las jóvenes volvieron de un festival llevando en la cabeza los cestos sagrados de Atenea, Hermes sobornó a Aglauro para que le diera acceso a Herse, la más joven de las tres, de la que se había enamorado locamente. Aglauro se quedó con el oro de Hermes, pero nada hizo para ganarlo, porque Atenea hizo que sintiera celos de la buena suerte de Herse; en consecuencia, Hermes se introdujo airadamente en la casa, convirtió a Aglauro en piedra e hizo lo que deseaba con Herse. Después de haberle dado Herse dos hijos a Hermes, Céfalo, el amado de Eos, y Cerice, el primer heraldo de los Misterios Eleusinos, ella, Pándroso y su madre Agraulo sintieron la curiosidad de atisbar debajo de la tapa del cesto que había llevado Aglauro. Al ver un niño con cola de serpiente en vez de piernas, lanzaron gritos de terror y, precedidas por Aglauro, se precipitaron desde lo alto de la Acrópolis. Cuando se enteró de esta fatalidad, Atenea se afligió de tal modo que dejó caer la enorme roca que había estado transportando a la Acrópolis como fortificación adicional y se convirtió en el monte Licabeto. Y al cuervo que le había llevado la noticia le cambió el color de blanco a negro y prohibió a todos los cuervos que volvieran a visitar la Acrópolis. Erictonio se refugió entonces en la égida de Atenea, donde ella le crió tan tiernamente que algunos la tomaron equivocadamente por su madre. Más tarde llegó a ser rey de Atenas, donde instituyó el culto de Atenea y enseñó a sus conciudadanos el uso de la plata. Su imagen fue puesta entre las estrellas como la constelación del Auriga, puesto que había introducido el carro tirado por cuatro caballos.

    Es corriente otro relato, muy distinto, de la muerte de Aglauro, a saber, que en una ocasión en que se lanzó un ataque contra Atenas se arrojó desde la Acrópolis obedeciendo a un oráculo, consiguiendo de este modo la victoria. Esta versión se propone explicar por qué todos los jóvenes atenienses, al tomar por primera vez las armas, visitan el templo de Aglauro y allí dedican su vida a la ciudad.

Art por Daniel Rocal
    Atenea, aunque tan modesta como Ártemis, es mucho más generosa. Cuando Tiresias la sorprendió un día accidentalmente en el baño, le puso sus manos sobre los ojos y le cegó, pero manera de compensación le dio la linterna.


    No queda constancia de que le irritaran los celos más que en una sola ocasión. He aquí la fábula: Aracne, princesa de Colofón en Lidia —famosa por su tinte purpúreo— era tan hábil en el arte del tejido que ni siquiera Atenea podía competir con ella. Cuando le mostraron un paño en el que Aracne había tejido ilustraciones de tos amoríos olímpicos, la diosa lo examinó atentamente para encontrarle un defecto, pero como no pudo hallarlo, desgarró el paño con una ira fría y vengativa. Cuando Aracne, aterrorizada, se colgó de una viga, Atenea la transformó a ella en una araña —el insecto que más odia— y la cuerda en una telaraña, por la que trepó Aracne para ponerse a salvo.

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