Por sugerencia del dios Apolo, Ártemis mandó un mensaje a los Alóadas, afirmando que si desistían del asedio, se reuniría con ellos en Naxos y se sometería allí a los deseos de Oto. Aunque éste último rebosaba de alegría, Efialtes se sintió celoso y furioso, ya que no había recibido promesa similar de parte de Hera. Estalló entonces una lucha tremenda en Naxos, adonde llegaron juntos, pues el celoso Efialtes insistía en que, por ser el mayor de los hermanos, tenía derecho a disfrutar él primero de Ártemis. La discusión se hizo cada vez más intensa, siendo solo interrumpida por la aparición de Ártemis en forma de paloma blanca, y cada uno de los hermanos tomó su jabalina, dispuestos a comprobar quién de los dos era el mejor tirador atravezando al ave con su lanza. Cuando la paloma se arrojó sobre ellos en picada, veloz como el viento, pasando entre ambos hermanos, soltaron sus jabalinas y se atravezaron el uno al otro. Ambos murieron en el acto, justificando así la profecía de que no morirían por la mano de ningún hombre ni dios. Sus cuerpos fueron transportados hasta Antedón para ser enterrados, pero los habitantes de Naxos aún les rinden honores de héroes. Además, también son recordados como los fundadores de la beocia Ascra y como los primeros mortales que adoraron a las Musas del Helicón.
Terminado el asedio del monte Olimpo, Hermes obligó a Eribea a liberar a Ares, todavía encerrado en la vasija de bronce y encontrándose ya al borde de la muerte. Se dice que las almas de los hermanos Alóadas descendieron hasta el Tártaro, siendo confinadas a una columna mediante cuerdas anudadas confeccionadas con víboras vivas. Es allí donde todavía siguen sentados, espalda contra espalda, mientras Estigia acecha severamente desde lo alto de la columna, para recordar el incumplimiento de los juramentos realizados en su nombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario