Hades, Divinidad de las Mansiones Infernales

    Hades [o Haides] es el otro hermano de Zeus. Cuando la entronización de éste en el reparto del gobierno del Universo le correspondió el dominio del mundo subterráneo. Dios de los funerales, no era la muerte sino el rey de los muertos. En alguna parte del reino de las sombras se levantaba su morada, a la que nadie, salvo él y más tarde su esposa, tenía acceso. Allí se sentaba en un trono de ébano o azufre, cubierto con el casco que le regalaron los cíclopes cuando los dejó libres y que tenia la propiedad de hacerle invisible (etimológicamente Hades = sin forma, el "invisible"). Ostentaba espesa barba negra y rostro de muy pocos amigos, pero la justicia presidía sus desiciones y su actuación. En la derecha ostentaba un cetro, una vara para conducir las "sombras" o una horquilla de dos puntas. Podía valerse también de una espada y se hallaba rodeado de las Erinias o Furias, divinidades infernales, hijas de Eris y de la sangre de Crono, generadoras de los castigos infernales; y las Moiras o Parcas, que simbolizaban la oscuridad que envolvía el porvenir y en cuyas manos se hallaba la suerte de los mortales.

    Hades, como los demás dioses, deseaba casarse, pero temía que ninguna divinidad ni mortal quisiera ir a compartir el lugar en donde él moraba. Cierto día, vio a Perséfone, hija del propio Zeus y de Deméter (y por lo tanto sobrina suya), a la que se mencionaba también como Core y entre los romanos recibió el nombre de Proserpina. Perséfone era una joven y bella divinidad que nunca había pensado en el matrimonio y cuyo goce mayor era aspirar el perfume de las flores en primavera. Hades solicitó y obtuvo el permiso y la ayuda de Zeus para conseguir a Perséfone, y cuando ésta se hallaba embelesada contemplando los narcisos floridos de una pradera siciliana, Hades hizo brotar del suelo una hermosísima flor que pronto atrajo las miradas de Perséfone. Cuando la diosa quiso arrancarla, se abrió entonces una enorme sima y apareció el propio Hades, que cogió a la joven y acto seguido se la llevó a su palacio.

    Démeter salió entonces desconsolada en busca de su queridísima hija y era tal su pena que producía el agotamiento y la estirilidad de los campos. Helio (el Sol) reveló a Démeter como había sido raptada su hija y como ésta se negara a regresar al Olimpo sin verla, intervino el propio Zeus, quien por medio de Hermes, su mensajero, ordenó a Hades que devolviera a la joven. Hades pareció acceder a ello, pero astutamente hizo comer a su amada un grano de una mágica granada; pues quien quiera que hubiese visitado el reino de los muertos y tomado en él un alimento cualquiera regresaría pronto al reino de las sombras.

    Con la vuelta de Perséfone la fertilidad volvió a la tierra. Pero la joven diosa, como consecuencia del fruto comido, tuvo que volver a los Infiernos, se matrimoniaría con Hades y sería nombrada reina suprema de las sombras junto a su esposo. Démeter volvió a suplicar de nuevo a Zeus y entonces el Tonante propuso al dios de los muertos un compromiso que Hades, que era justo pero no cruel, aceptó: durante una época al año Perséfone regresaría junto a su madre y así, con el retorno cíclico de la reina de ultratumba, la naturaleza volvía a recobrar su esplendor, reflejo de la alegría que ello producía en Démeter. No obstante, la unión de Perséfone y Hades fue infecunda.
    La Ilíada relata que cuando el descenso de Heracles a los Infiernos, Hades quiso impedirle la entrada en sus dominios y se enfrentó con él en la "puerta" del antro infernal; pero Heracles disparó una flecha al dios y le produjo una herida en el hombro. Hades tuvo que abandonar la guardia y marchar rápidamente al Olimpo, donde el dios destinado a solventar estos percances de las divinidades, llamado Peán, le aplicó un bálsamo milagroso y la herida quedó en el acto cicatrizada.

    ¿Cómo iban a parar las almas de los mortales al reino de las sombras? Según la Mitología helénica sobre los hombres actúan dos hermanos de forma parecida, sin embargo, de consecuencias muy diferentes. Estos son Hipnos (el Sueño), recordemos palabras como hipnotizar, hipnótico, etc., y Tánatos (la Muerte), personaje masculino, recordemos también palabras como eutanasia con el significado de bien morir, buena muerte (es decir sin dolor). Cuando Tánatos se apodera de un mortal, se lo lleva al mundo subterráneo emplazado en el extremo occidental y separado del mundo viviente por el río Aqueronte, formado por un brazo de la laguna Estigia.

    Cuando los difuntos llegaban a las riberas de este río les salía a recibir un barquero llamado Caronte, que los pasaba a la otra orilla previo pago de una moneda que sus allegados les colocaban en la boca. Caronte era un viejo muy feo, de barba gris e hirsuta, vestido de harapos y con un sombrero redondo. Al llegar la comitiva fúnebre al otro lado, aparecía un perro de tres cabezas que poseía por cuartos traseros una maraña de serpientes llamado Cerbero: era el guardián de la puerta del Infierno y permitía a todos la entrada, pero no la salida. Ya mencionamos cómo Heracles lo capturó.

    Tras la puerta infernal se abría una enorme sala, en donde esperaban los difuntos la sentencia que un tribunal constituido por Minos, Éaco y Radamantis dictaba de forma inapelable. Los justos y piadosos eran enviados al Elíseo o Campos Elíseos, en donde reinaba una eterna primavera y el soplo de los vientos sólo se hacía sentir para esparcir el aroma de las flores y su embriagador perfume. Jamás los rayos del sol ni los rayos de los astros eran interceptados por las nubes. Florestas de rosales, de mirtos y de otras mil plantas y árboles olorosos embellecían la morada de las sombras justas. Una tierra siempre fértil renovaba sus productos tres veces al año y presentaba alternativamente flores y frutos. Sin dolor alguno, sin sombra de vejez, conservaban eternamente los espíritus afortunados la edad en que habían sido más felices. Allí disfrutaban los placeres que más les habían gustado en vida. A los bienes físicos se unía la ausencia de males del alma. La ambición, la avaricia, la envidia y todas las viles pasiones que agitaban a los mortales no podían alterar la calma de los habitantes de los Campos Elíseos.


    Sin embargo, esta morada de los bienaventurados y sobre todo el que los mortales que habían realizado buenas acciones pudieran habitarla sólo aparece en mitos tardíos. En las primeras versiones, los mortales vagan por el mundo de las sombras muy aburridos y frecuentemente sin que nadie les recuerde, como puede verse en la Odisea. Sólo los verdaderos impíos o malvados eran transportados al Báratro o Infierno propiamente dicho, en donde sufrían toda suerte de castigos, como sucedía en el Tártaro, prisión de los inmortales. Rodeado de un triple muro de cobre, sostenía los fundamentos de la Tierra y los mares. A él fueron arrojados Titanes y Gigantes, Cíclopes y Hecatónquiros. Allí sufría Ixión el terrible suplicio de la rueda por haber pretendido enamorar a Hera. Cerca de él se encontraba Sísifo, empujando un enorme peñasco monte arriba por toda la eternidad, por haber sido blasfemo, malvado y sacrílego. Tántalo se consumía también de sed en medio de un estanque y padecía hambre bajo unos árboles repletos de frutos apetitosos.

    Hades era raramente mencionado con su propio nombre, puesto que si se hacía se creía que excitaba su cólera y podía ocasionar grandes males, por eso se le mencionaba con sobrenombres como el de Plutón, que es como pasó a los latinos y que recordaba con el significado de "el rico, el que da la riqueza a los mortales", el permiso que concedió a su esposa durante un período al año gracias al cual la Tierra volvía a ser rica y fecundada.

     El rapto de Perséfone fue motivo de inspiración para pintores y escritores de todas las épocas y países, como el latino Ovidio, el inglés Chaucer, el alemán Goethe, etc. En nuestra centuria, el francés A. Gide compuso un poema sobre dicha temática al que Stravinsky le añadió una formidable partitura musical. 

La Ilíada - La muerte de Héctor

    Para dar una tregua al desarrollo de los dioses olímpicos y, antes de continuar con Hades, comparto con ustedes fragmentos de uno de mis Cantos preferidos de la Ilíada: el Canto XXII, titulado "Muerte de Héctor", el cual reza así:
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(...)Así diciendo, Atenea, para engañarle, empezó a caminar. Cuando ambos guerreros se hallaron frente a frente, dijo el primero el gran Héctor, de tremolante casco: 

—No huiré más de ti, oh hijo de Peleo, como hasta ahora. Tres veces di la vuelta, huyendo, en torno de la gran ciudad de Príamo, sin atreverme nunca a esperar tu acometida. Mas ya mi ánimo me impele a afrontarte ora te mate, ora me mates tu. Ea pongamos a los dioses por testigos, que serán los mejores y los que más cuidarán de que se cumplan nuestros pactos: Yo no te insultaré cruelmente, si Zeus me concede la victoria y logro quitarte la vida; pues tan luego como te haya despojado de las magníficas armas, oh Aquileo, entregaré el cadáver a los aqueos. Obra tú conmigo de la misma manera.

Mirándole con torva faz, respondió Aquileo, el de los pies ligeros: — ¡Héctor, a quien no puedo olvidar! No me hables de convenios. Como no es posible que haya fieles alianzas entre los leones y los hombres, ni que estén de acuerdo los lobos y los corderos, sino que piensan continuamente en causarse daño unos a otros; tampoco puede haber entre nosotros ni amistad ni pactos, hasta que caiga uno de los dos y sacie de sangre a Ares, infatigable combatiente. Revístete de toda clase de valor, porque ahora te es muy preciso obrar como belicoso y esforzado campeón. Ya no te puedes escapar. Palas Atenea te hará sucumbir pronto, herido por mi lanza, y pagarás todos juntos los dolores de mis amigos, a quienes mataste cuando manejabas furiosamente la pica.


Poseidón, Rey del Mar y de las aguas

    "Canto ¡oh Zeus! la gloria de tus dos hermanos Poseidón y Hades, iguales a ti en nacimiento, pero inferiores en poder, porque tú les diste autoridad para gobernar los mares y las profundidades subterráneas", invoca el poeta.
 
    Y así es en efecto, casi todos los mitólogos consideran a Poseidón uno de los dioses olímpicos, hijo de Crono y de Rea, según el relato en que Zeus obliga a vomitar a su padre a los hijos que se había tragado, lógicamente tenía que ser mayor que Zeus, ya que éste fue el último de los vástagos que salvó a todos sus hermanos. Sin embargo, a medida que Zeus asentó su poder, por lo menos en el aspecto moral, Poseidón pasó a ser, como Hades, "un hermano menor", mientras que Zeus debido a su importancia, se convirtió simbólicamente en el mayor de todos.

    Poseidón (al que se puede transcribir también como Posidón), transformado en un dios marino, llegó a Grecia con las migraciones de los pueblos arios o indoeuropeos (la raza blanca por excelencia) que introdujeron la utilización del caballo en el mundo mediterráneo. En principio pues fue un dios de los caballos, por lo que originariamente se representaba con un carro bélico tirado por hermosos corceles que pronto se convertirían en marinos cuando las nuevas leyendas le designaron estos dominios.

    Diodoro Sículo narra, en la Titanomaquia, que Poseidón mandó la "escuadra olímpica" con tanto acierto que terminada la campaña al dios le tocó el gobierno de los mares, con sus costas e islas. Pero Poseidón no se contentó con el reparto y argumentó que Zeus se había quedado con la parte león: el Cielo y la Tierra. Fue entonces cuando intentó destronar a Zeus espoleando los celos de Hera y el orgullo de Atenea, pero fracasó con la intervención del gigante Briareo. El Tonante castigó a Poseidón desterrándole un año en la Tierra y, como cualquier mortal, obligándole a vivir ganándose el sustento cotidiano con su esfuerzo.

    En la Tierra sirvió a las órdenes de Laomedonte, Rey de Troya, hombre de carácter violento, ruin y embaucador, que le asignó la construcción de las murallas de la ciudad junto con Apolo, que por aquel entonces también estaba proscrito del Olimpo. Como al terminar el año ambos dioses exigieron el sueldo estipulado, el brutal monarca los expulsó a ambos con violencia (no se sabe a ciencia cierta si con conocimiento de causa o desconociendo la verdadera identidad de sus "asalariados"). Entonces Poseidón envió a la comarca un monstruo marino que hizo cundir el pánico entre los troyanos y Apolo, por su parte, mandó a un jabalí de enormes proporciones que terminó por asolar todo el país.

    El oráculo predijo entonces que no se calmarían las calamidades hasta que Laomedonte entregara al monstruo marino a su hija Hesione, exigencia que naturalmente el monarca troyano rechazó. Por casualidad acertó a pasar por allí el ya famoso Heracles, que iba en buscar de aventuras (y a diferencia de Zeus en general no amorosas). El héroe dió muerte al monstruo y salvó así a Hesione, pero entonces una vez más el mezquino Laomedonte se negó también a entregarle en pago los caballos divinos que poseía y que le había prometido. Heracles se marchó y volvió al frente de un ejército y, ayudado por Telamón, sitió y tomó Troya, dando muerte a Laomedonte y a toda su descendencia, excepto al jóven Príamo, el único que había recriminado a su padre el incumplimiento de la promesa.

    Es así como Poseidón juró entonces vengarse de Troya y así como Apolo dejó en paz a Príamo al subir al trono, comprendiendo que aunque ninguna culpa tenía del engaño de su antepasado, el rencoroso Poseidón no pararía hasta ver destruída a la ciudad odiada. Eso sí, curiosamente, cuando en el comienzo de la Ilíada los aqueos deciden defeder su flota resguardándola con un muro, tal como les había aconsejado el prudente Néstor, Poseidón se opone, alegando que la nueva obra podía empequeñecer a la realizada por él en torno a Troya. Interviene el propio Zeus en términos conciliadores, pero él está decidido a destruir el muro de los aqueos. Al impedírselo sus divinos compañeros, se retira sin querer mezclarse en la lucha, y sólo se coloca en favor de los griegos cuando comprueba que están llevando la peor parte.

 
    Cuando los mortales se organizaron en Polis o ciudades-estado, los dioses decidieron escoger cada cual una o varias para que en ellas se les rindiera culto. Entonces aconteció que dos o más divinidades escogieron la misma ciudad y las tensiones entre ellos estuvieron a la orden del día. Para evitar que la sangre divina (los dioses no tenían sangre, sino un líquido semejante: el icor, que se regeneraba constantemente) llegara al río, cuando se sucitaba algún conflicto lo sometían al arbitraje de otra divinidad imparcial o de algún mortal de reconocida prudencia. Sucedió que en estas disputas el pobre Poseidón perdió casi siempre, quizá por eso su carácter ya de por sí agrio (recuerda mucho al de Hera) se tornó cada vez más desabrido.

    Así, por ejemplo, disputó a Helio (el Sol) la ciudad de Corinto, y Briareo nombrado árbitro, se inclinó en favor del Sol. Quiso ser venerado en Egina, pero tuvo que cedérsela a Zeus. Naxos se la arrebató Dioniso. Apolo le ganó Delfos, Trecén fue para Atenea. Finalmente Hera se le adelantó en el culto de Argos. Las derrotas de Poseidón eran seguidas por el estallido de una cólera inconmensurable que hacían desbordar los mares, lagos y ríos. Sin embargo, Poseidón, era señor de una isla maravillosa que tuvo un desgraciado final: la Atlántida, la cual una vez hundida daría paso al océano Atlántico.

    Poseidón, a semejanza de Zeus, tenía también una esposa legítima, la diosa Anfítrite, la reina del mar, etimológicamente la que fluye en torno, la que rodea el mundo. Pertenece al grupo de las hijas de Nereo y Dóride, las llamadas nereidas, pero aquí parece ser que el hosco dios sí que estaba profundamente enamorado de su esposa, otra cosa era que como la ascendencia de Poseidón era tan titánida como la de Zeus, fuera tan don Juan como su hermano (pues hasta en ésto pretendió emularle). Sin embargo, la pobre Anfítrite nunca pensó en vengarse a semejanza de Hera, de los devaneos de su esposo, y es que quizá por mucho que Poseidón tuviera "un amor en cada puerto" siempre regresaba solícito a los brazos de su hermosa nereida. Curiosamente, la pareja no tuvo descendencia, aunque se les atribuye la paternidad de Tritón (posiblemente por eso Anfítrite comprendía más la misión de poblar de su cónyuge al igual que hacía su augusto cuñado).

    No obstante, se puede apreciar también, que mientras los hijos de Zeus fueron héroes bienhechores, los de Poseidón fueron casi siempre gigantescos monstruos maléficos y violentos. Así, por ejemplo, con Toosa engendró al cíclope Polifemo; con la gorgona Medusa al gigante Crisaor y al caballo alado Pegaso; con Amimone a Nauplio, terror de los aqueos; con Ifmedia a los alóadas. Cerción y Esción, dos malvados bandidos, Lamo, rey de un pueblo antropófago y el cazador maldito Orión fueron hijos del dios. Finalmente los hijos que tuvo de Halia (la hija llamada Rodo dio nombre a la isla de Rodas, isla de las Rosas, por crecer fabulosamente la reina de las flores en este lugar), enloquecidos por Afrodita, tuvieron que ser sepultados vivos por su padre por haber querido violar a su propia madre. Halia, desesperada, se arrojó al mar.

    Los rodios le tributaron culto en la isla como la divinidad marina Leucótea. El perfume de las rosas de Rodas invade de tal forma el ambiente que, apenas se divida la isla desde el barco, lleva su grato olor como mensaje de que no todo fue malo en la descendencia de Poseidón. Y para terminar y no dejar tan mal sabor de boca del dios Poseidón volvamos a la historia de su verdadero amor: cierto día se hallaba Anfítitre bailando con sus hermanas nereidas en la isla de Naxos, ajena a las miradas de los dioses y los mortales. Había hecho votos de permancer eternamente virgen, pero el Destino quiso que la viera Poseidón y la danza era tan excitante que el dios juró que no pararía hasta hacerla su esposa, pero lo juró con una voz tan potente que todos se enteraron, incluso la misma Anfítrite, la cual, asustada, abandonó la isla y se ocultó en las profundidades del Océano, más allá de las columnas de Heracles. Descubierta por los Delfines, fue raptada por Poseidón (o conducida por ellos en un brillante cortejo) y entonces sí consintió en ser su esposa.

    Se representa a Poseidón en pie sobre las olas o en  un carro acaracolado y conducido por caballos marinos. Las ruedas son de oro y se halla rodeado de peces, delfines, animales marinos de todas clases, de nereidas y genios diversos. Su figura es muy parecida a Zeus, pues lleva la barba larga, pero más crespa que su hermano, quizá por estar impregnada de la humedad salina del mar. Su cuerpo es robusto y su aspecto venerable y hermoso. Lleva en las manos el tridente, símbolo de su poder, instrumento de los pescadores de grandes peces. Las tres puntas del tridente bien pudieran simbolizar las tres clases de aguas: las saladas del mar, las dulces de las fuentes y las dulces y saladas de los estanques. Además posee tres poderes sobre el océano: el de alterarlo, el de calmarlo y el de conservarlo.

    Así pues, he aquí como un dios terrestre al asentarse sus devotos en un escenario marino, se transforma, adaptándose al nuevo elemento, adaptación que culminará con su matrimonio con una diosa de las aguas que aportó a su vez en su séquito a todas las divinidades primitivas acuíferas de la Hélade. De esta forma, se constituyó un solo linaje y quedó así unificado el elemento agua con la tierra.

    Homero relata que cuando Poseidón salía de los mares recorría el horizonte en tres zancadas y que a su paso se estremecían las montañas y los bosques. Se le atribuían los temblores de tierra, los movimientos extraordinarios del mar, así como los grandes cambios de ríos y torrentes. Tutelaba las murallas y sus cimientos, que protegía o podía arruinar según su voluntad. Su morada terrestre se la emplazó en el monte Argea, en el centro de Capadocia (Asia Menor); desde él podía observar sin esfuerzo el Ponto Euxino (actual Mar Negro) y el Mar Mediterráneo.

    Se le conocía también con los nombres de Egeo, Basileo, Genesio, Petreo, Samio, Tridentífero (portador del Tridente), entre otros. En los sacrificios ofrecidos en su honor, en especial en las poblaciones marítimas, se ofrecía la hiel de las víctimas (caballos, toros), quizá porque su sabor amargo recordaba en cierto modo a las aguas del mar.

    Finalmente, recordaremos que a semejanza de los otros astros y planetas "visibles a simple vista" o conocidos hasta el siglo XVIII ostentan nombres de divinidades helénicas latinizadas: Mercurio (Hermes), Venus (Afrodita), Marte (Ares), Júpiter (Zeus), Saturno (Urano). El astrónomo Le Verrier impuso el nombre de Neptuno (Poseidón) al planeta que descubrió en 1848; Lassell por su parte, bautizó con el nombre de Tritón al primero de sus satélites, atisbado el mismo año. Por último, Kuiper puso el significativo nombre de Nereida (recordando a Anfítrite) al segundo de los satélites descubiertos de Neptuno. La Mitología pervive así en la Astronomía y llega hasta la época presente.