La castración de Urano

    Urano engendró a los Titanes en la Madre Tierra (Gea) después de haber arrojado a sus hijos rebeldes, los Cíclopes y los Hecatónquiros, al Tártaro, un lugar tenebroso en el mundo subterráneo que está tan lejos de la tierra como ésta del cielo. Un yunque que cayera en él tardaría nueve días en tocar fondo. En venganza, la Madre Tierra convenció a los Titanes para que atacaran a su padre, y así lo hicieron, encabezados por Crono, el más joven de los siete, al que ella armó con una hoz de pedernal. Sorprendieron a Urano mientras dormía, y con la hoz de pedernal, el despiadado Crono lo castró sujetando sus genitales con la mano izquierda (que desde entonces se ha considerado la mano de mal agüero) para arrojarlos después al mar, junto con la hoz, en el cabo Drépano. Pero algunas gotas de sangre divina que salieron de la herida fueron a caer en la Madre Tierra, que parió a las tres Erinias, furias que vengan los crímenes de parricidio y perjurio, llamadas Alecto, Tisífone y Mégera. De esa sangre nacieron también las ninfas del fresno, llamadas Melíades.
 

    Los Titanes entonces liberaron a los Cíclopes del Tártaro y pusieron la soberanía de la tierra en manos de Crono.

    Sin embargo, en cuanto Crono se sintió amo absoluto de todo, desterró nuevamente a los Cíclopes al Tártaro junto con los hombres de cien manos (Hecatónquiros), y, tomando a su hermana Rea como esposa, gobernó en Élide.

Dos mitos filosóficos de la Creación

    Algunos sostienen que al principio sólo había Oscuridad, y que de ella surgió el Caos. De la unión entre la Oscuridad y el Caos nacieron la Noche, el Día, el Érebo y el Aire.


De la unión entre la Noche y el Érebo nacieron el Hado, la Vejez, la Muerte, el Asesinato, la Continencia, el Sueño, los Sueños, la Discordia, la Miseria, la Vejación, Némesis, la Alegría, la Amistad, la Piedad, las Tres Moiras y las Tres Hespérides.

De la unión entre el Aire y el Día nacieron la Madre Tierra, el Sol y el Mar.

De la unión entre el Aire y la Madre Tierra nacieron el Terror, la Astucia, la Ira, la Rivalidad, las Mentiras, los Juramentos, la Venganza, la Intemperancia, la Disputa, el Pacto, el Olvido, el Temor, el Orgullo, la Batalla; y también Océano, Metis y los otros Titanes, Tártaro y las Tres Erinias o Furias.

De la unión de la Tierra y Tártaro nacieron los Gigantes.

De la unión del Mar y sus Ríos nacieron las Nereidas. Pero aún no había hombres mortales, hasta que, con el consentimiento de la diosa Atenea, Prometeo, hijo de Jápeto, los formó a semejanza de los dioses. Los creó en Fócide, utilizando arcilla y agua de Panopeo, y después Atenea les dio vida con su aliento.

    Otros dicen que el Dios de Todas las Cosas -quien quiera que fuese, ya que algunos lo llaman Naturaleza-, apareciendo súbitamente en el Caos, separó la tierra de los cielos, el agua de la tierra y el aire superior del inferior.

Después de separar los elementos, los puso en su debido orden, tal como se encuentran ahora. Dividió la tierra en zonas, algunas tórridas, otras muy frías, otras de clima moderado; la modeló en llanuras y montañas, y la cubrió de hierbas y árboles. Por encima de ella situó el firmamento rotante, salpicándolo de estrellas, y asignó posiciones a los Cuatro Vientos. Así mismo pobló las aguas con peces, la tierra con animales, y el cielo con el sol, la luna y los cinco planetas.

Finalmente creó al hombre (quien, a diferencia de los demás animales, eleva su rostro al cielo y observa el sol, la luna y las estrellas), a menos que sea cierto que Prometeo, hijo de Jápeto, formó el cuerpo del hombre con agua y arcilla, y que el alma le fue otorgada por ciertos elementos divinos errantes que habían sobrevivido desde la Primera Creación.

El mito olímpico de la Creación

    Al principio de todas las cosas la Madre Tierra surgió del Caos y, mientras dormía, parió a su hijo Urano. Mirándola tiernamente desde lo alto de las montañas, derramó lluvia fértil sobre sus grietas ocultas y ella concibió la hierba, las flores y los árboles, con los animales y las aves que podían vivir en ese entorno. Esta misma lluvia produjo las corrientes fluviales y llenó las cavidades con agua, y fue así como aparecieron los lagos y mares.

 
    Los primeros hijos de la Madre Tierra , de forma semihumana, fueron los Gigantes de Cien Manos (o Hecatónquiros) llamados Briareo, Giges y Coto. Luego aparecieron el viento salvaje, los tres brutales Cíclopes de un solo ojo, maestros herreros y constructores de gigantescas murallas, originariamente procedentes de Tracia, luego de Creta y Licia, cuyos hijos encontró Odiseo en Sicilia. Sus nombres eran Brontes, Estéropes y Arges, y sus fantasmas habitan las cavernas del volcán Etna desde que Apolo los mató en venganza por la muerte de Asclepio.

Sin embargo, los libios aseguran que Garamante nació antes que los Hecatónquiros y que, cuando emergió de la planicie, ofreció a la Madre Tierra un sacrificio de bellotas dulces.

Los mitos homérico y órfico de la Creación

    Algunos dicen que los dioses y todas las criaturas vivientes se originaron en la corriente de Océano, que envuelve al mundo, y que Tetis fue la madre de todos sus hijos.


Pero los órficos dicen que la Noche de alas negras, diosa que inspiraba temor al propio Zeus, fue cortejada por el Viento y puso un huevo de plata en el vientre de la Oscuridad; y que Eros, al que algunos llaman Fanes, salió de ese huevo y puso el universo en movimiento. Eros poseía los dos sexos, tenía alas doradas, cuatro cabezas, a veces mugía como un toro o rugía como un león, y a veces siseaba como una serpiente o balaba como un carnero. La Noche, que le dio el nombre de Ericepayo y Protógeno Faetonte, vivía en una cueva con él manifestándose en su triple aspecto: Noche, Orden y Justicia. Delante de esa cueva se hallaba sentada la inevitable madre Rea, que tocaba un tambor de latón para llamar la atención de los hombres a los oráculos de la diosa. Fanes creó la tierra, el cielo, el sol y la luna, pero la triple diosa gobernó el universo hasta que su cetro pasó a manos de Urano.

El mito Pelasgo de la Creación

    En el principio Eurínome, diosa de Todas las Cosas, surgió desnuda del Caos, pero no encontró una base sólida en la cual apoyar sus pies, así que separó el mar del cielo danzando sola sobre las olas. Danzó en dirección al sur, y el viento que se creaba a su paso pareció algo nuevo y distinto, apropiado para comenzar una obra de creación. Volviéndose, atrapó este viento del norte, lo frotó entre sus manos y he aquí que apareció la gran serpiente Ofión. Eurínome siguió bailando para entrar en calor, su danza cada vez más y más salvaje, hasta que Ofión, invadido por la lujuria, se enroscó entre esos miembros divinos y se vio impelido a copular con ella. Este viento del norte, también llamado Bóreas, fertiliza por eso las yeguas que con frecuencia tornan sus cuartos traseros al viento y conciben potros sin ayuda alguna de semental. Fue así como Eurínome quedó encinta.

Art por azurylipfe

    Después tomó la forma de una paloma y anidó en las olas, y, llegado el momento, puso el Huevo Universal. A petición suya Ofión se enroscó siete veces en este huevo hasta que rompió y se dividió en dos mitades. De él salieron sus hijos, todo lo que existe: el sol, la luna, los planetas, las estrellas, la Tierra con sus montañas y ríos, sus árboles, hierbas y todas las criaturas vivientes.
    Eurínome y Ofión establecieron su morada en la cima del monte Olimpo, donde él la ofendió afirmando ser el creador del universo. Acto seguido ella le golpeó la cabeza con el talón, le arrancó los dientes de un puntapié y lo desterró a las oscuras cavernas subterráneas.

    Después la diosa creó las siete potencias planetarias, poniendo cada una de ellas bajo el control de un titán y una titánide: Tía e Hiperión para el sol; Febe y Atlas para la luna; Dione y Crío para el planeta Marte; Metis y Ceo para Mercurio; Temis y Eurimedonte para Júpiter; Tétis y Océano para Venus; Rea y Crono para Saturno. Pero el primer hombre fue Pelasgo, progenitor de los Pelasgos. Surgió del suelo de Arcadia y fue seguido por varios otros a los que enseñó a construir cabañas, alimentarse de bellotas y hacer túnicas de piel de cerdo como las que siguen utilizando las gentes humildes de Eubea y Fócida.

Las Moiras

    Existen tres Moiras asociadas, vestidas de blanco, engendradas cuando Érebo fecundó a la Noche, conocidas con los nombres de Cloto, Láquesis y Átropo. Esta última es la más menuda de tamaño, pero a la vez la más terrible.

    Se dice que Zeus, que valora las vidas de los hombres e informa a las Moiras sobre sus conclusiones, cambia de opinión e interviene para salvar a quien le place cuando el hilo de la vida, hilado en el huso de Cloto y medido con la vara de Láquesis, está a punto de ser cortado por las tijeras de Átropo. En realidad, los hombres piensan que hasta cierto punto pueden controlar su destino evitando peligros innecesarios. Los dioses más jóvenes, por tanto, se burlan de las Moiras y hay algunos que dicen que Apolo las emborrachó maliciosamente en una ocasión para salvar de la muerte a su amigo Admeto.

Art por Rucruc

    Por el contrario, otros sostienen que el propio Zeus está sujeto a las Moiras, como confesó una vez la sacerdotisa Pitia en un oráculo, simplemente porque ellas no han sido engendradas por él, sino que son hijas partogénicas de la Gran Diosa Necesidad, contra la cual no luchan ni siquiera los dioses, y que es llamada «el implacable Destino».

    En Delfos sólo se adora a dos Moiras, la del Nacimiento y la de la Muerte, y en Atenas a Afrodita Urania se la considera la de mayor edad de las tres.

    El equivalente romano de las Moiras son las Parcas.
 

Las cuatro edades del Hombre

    Se dice que desde el origen del mundo los hombres atravesaron cuatro edades: la Edad de oro, la Edad de plata, la Edad de bronce y la Edad de hierro.

Art by BloodMoonEquinox. Una excelente alegoría del mito y las edades históricas del Hombre.
    La primera generación fue la de los hombres de oro, los primeros habitantes de la Tierra. Ellos vivían de la misma manera que los dioses del Olimpo: sus corazones estaban libres de inquietudes, de preocupaciones y de miserias. No existían para ellos ni el castigo ni el miedo, y vivían en un estado de justicia y de paz. No pesaban sobre ellos las molestias de la cruel vejez: se mantenían fuertes y sanos, en un estado de permanente juventud. Continuamente celebraban los placeres del mundo en festines y banquetes. Estos hombres de oro aún no habían cortado los árboles de los bosques ni habían herido la tierra para quitarle sus frutos. Vivían de aquello que la naturaleza les brindaba espontáneamente y en abundancia, pues en aquellos tiempos la primavera parecía eterna, las flores brotaban sin mayor esfuerzo, en los ríos corría el néctar caudaloso y de los verdes árboles se destilaba la dorada miel. Para estos hombres la muerte no era más que un dulce sueño al que se entregaban con serenidad. La generación de oro desapareció un día de la faz de la Tierra. Y ya luego, Zeus, el que reina en el Olimpo, los convirtió en genios buenos, guardianes de las causas justas que, ocultos en la niebla, velan por el bienestar de la humanidad.

    La segunda generación fue la de los hombres de plata, que resultó mucho más débil que la de los hombres de oro. Se acortó el tiempo de la antigua primavera dorada y fueron creados el invierno, el verano y el otoño. El aire fue abrasado por el calor, y el viento frio sobre las aguas produjo el hielo. Entonces, por primera vez, el hombre debió cortar los árboles para construir casas y cobijarse. Los hombres de plata aprendieron a dominar la naturaleza: araron la tierra, cercaron los campos y trabajaron para obtener su sustento. Ésta fue una generación pueril y privada de inteligencia, que se negaba a rendir culto a los moradores del Olimpo y actuaba siempre de forma desmedida. Y ya luego, Zeus, el que amontona las nubes, enojado con ellos, los hizo desaparecer bajo tierra y los convirtió en genios inferiores.

    La tercera generación fue la de los hombres de bronce. Eran brutos, violentos y robustos, y estaban entregados a las tareas físicas. A esta generación le atraían la guerra y los combates; es por eso que tenían el corazón endurecido y su aspecto causaba horror y temeridad. Sin embargo, no eran perversos, como lo serían luego los hombres de hierro. Sus armas, sus herramientas de labranza, y sus casas estaban hechas de bronce. A pesar de su ferocidad, la Negra Noche los atrajo a su seno. Y ya luego, Zeus los hizo descender a la morada de Hades, el que reina en las sombras, sin dejar rastro de ellos sobre la Tierra. 

    La última generación es la de los hombres de hierro. Este metal tan vil dio lugar a toda clase de crímenes y los hombres empezaron a carecer de pudor, de verdad y de buena fe. En su lugar, reinaron el fraude, la perfidia, la traición, la violencia y la pasión desmedida por las riquezas. Fue la edad de las guerras y de los enfrentamientos, pero no solo entre los hombres, sino entre los hombres y la naturaleza: no se extraía de la tierra únicamente el alimento necesario, sino que se hurgaba en sus profundidades hasta esquilmarla y quitar todo rastro de oro, plata y otros ricos metales. En esta triste era, el huésped desconfiaba del anfitrión, el suegro del yerno y el esposo tramaba la perdición de la esposa. Los padres, en su vejez, eran menospreciados por sus propios hijos. El hombre cobarde y artero prevalecía sobre el noble y el valiente. Puesto que fue la edad de las falsas promesas y de los falsos juramentos, la palabra perdió todo su valor. Ésta es la última generación de hombres, ya abandonados por Zeus, el hacedor del rayo, y los demás dioses del Olimpo que se han avergonzado de ellos. Desde entonces los mortales han quedado solos en la Tierra, con sus angustias y dolores, desprotegidos, y sin remedio para aliviar el mal que los aqueja.