Hestia, Diva del Hogar

    El mayor mérito de Hestia radica en que, a diferencia de las otras deidades olímpicas, nunca tomaba parte en guerras o disputas. Además, al igual que Ártemis y Atenea, siempre se resistió a los requerimientos amorosos que le ofrecían los dioses, Titanes y otros; así, tras el destronamiento de Crono, cuando Poseidón y Apolo aparecieron como pretendientes rivales, ella juró por la cabeza de Zeus que permanecería virgen para siempre. Por ese motivo Zeus la recompensó ofreciéndole siempre la primera víctima de cada sacrificio público, porque había preservado la paz en el Olimpo.

    Estando ebrio, Príapo intentó una vez violarla en una fiesta rústica a la que asistieron los dioses, cuando todos cayeron dormidos hartos de comer. Pero un asno rebusnó despertando a Hestia, quien al ver a Príapo a punto de echarse a horcajadas encima de ella dio tal grito que él salió huyendo presa de un terror cómico.

    Es la Diosa del Hogar, que en cada casa particular y en las casas municipales protege a todos los que acuden a implorar su protección. Hestia es reverenciada universalmente no sólo por ser la más amable, correcta y caritativa de todo el Olimpo, sino también por haber inventado el arte de construir casas. Su fuego es tan sagrado que si por accidente o en señal de luto se apaga, se reaviva con una ruedecilla de encender.

Los Telquines

    Los nueve Telquines con cabeza de perro y aletas en vez de manos, hijos del Mar, nacieron en Rodas, donde fundaron las ciudades de Camiro, Yáliso y Lindo. De ahí emigraron a Creta, convirtiéndose en sus primeros habitantes. Rea les confió el cuidado del infante Poseidón y ellos le forjaron su tridente, pero, mucho antes de eso, habían fabricado a Crono la hoz dentada con la que castró a su padre Urano. Además, fueron los primeros que tallaron imágenes de los dioses.


    Pero Zeus decidió destruirlos con un diluvio, porque habían estado interfiriendo en el clima, levantando nieblas mágicas y agostando las cosechas con azufre y agua del Estigia. Alertados por Ártemis, huyeron todos a ultramar: algunos a Beocia, donde construyeron el templo de Atenea en Teumeso; otros a Sición, a Licia, a Orcómeno, donde fueron los sabuesos que destrozaron a Acteón. Pero Zeus destruyó a los Telquines de Teumeso con un diluvio. Apolo, disfrazado de lobo, destruyó a los de Licia, aunque habían intentado apaciguarle construyéndole un nuevo templo; y ya no quedan rastros de los de Orcómeno. Corre el rumor de que aún hay algunos viviendo en Sición.

Los oráculos

    Los oráculos de Grecia y Magna Grecia son muchos, pero el más antiguo es el de Zeus dodoniano. Hace muchísimos años dos palomas negras volaron desde Tebas, Egipto. Una fue a Amón, en Libia, y la otra a Dodona, y cada una de ellas se posó en un roble, al que hicieron Oráculo de Zeus. En Dodona, las sacerdotisas de Zeus escuchan el arrullo de las palomas, o el susurro de las hojas del roble, o el tintineo de las vasijas de bronce colgadas de las ramas. Zeus tiene otro oráculo famoso en Olimpia, donde sus sacerdotes responden a las preguntas después de examinar las entrañas de las víctimas sacrificadas.

   
    El Oráculo de Delfos perteneció primero a la Madre Tierra, que eligió a Dafnis como su profetisa; y Dafnis, sentada sobre un trípode, inhalaba los vapores de la profecía, como sigue haciendo la sacerdotisa pitia. Algunos dicen que la Madre Tierra cedió después sus derechos a la titánide Febe, o Temis, y que ésta a su vez los cedió a Apolo, quien se construyó un santurario con ramas de laurel traídas de Tempe. Pero otros dicen que Apolo robó el oráculo a la Madre Tierra después de matar a Pitón, y que sus sacerdotes hiperbóreos Pagaso y Agieo establecieron
su culto allí.

    Se dice que en Delfos se levantó el primer santuario, hecho de cera de abejas y plumas; el segundo, de tallos de helecho entrelazados; el tercero, de ramas de laurel. También se dice que He
festo construyó el cuarto de bronce, con doradas aves canoras apostadas en el tejado, pero que un día la tierra se lo tragó; y que el quinto, hecho de piedras labradas, se quemó el año de la quincuagésima octava Olimpiada (489 a.C.) y fue reemplazado por el actual.

Oráculo de Delfos.

    Apolo posee muchos otros santuarios oraculares, como los de Liceo y el de la Acrópolis de Argos, ambos presididos por una sacerdotisa. Pero en la beocia Ismenia son sacerdotes los que dan los oráculos después de examinar las entrañas; en Claro, cerca de Colofón, el adivino bebe agua de un pozo secreto y pronuncia un oráculo en verso; mientras que en Telmesa y otras partes se interpretan los sueños.

    Las sacerdotisas de Deméter dan oráculos a los enfermos en Patras mediante un espejo que introducen en su pozo con una cuerda. En Faras, a cambio de una moneda de cobre, a los enfermos que consultan a Hermes se les garantiza la respuesta oracular en las primeras palabras que escuchen al salir del mercado.

    Hera tiene un oráculo venerable cerca de Pagas, y la Madre Tierra todavía recibe consultas en Egeira, Acaya, que significa lugar de álamos negros, donde su sacerdotisa bebe sangre de toro, un veneno mortal para cualquier otro ser viviente.

    Además de éstos hay muchos otros oráculos de héroes, como el Oráculo de Heracles, en la aquea Bura, donde la respuesta se da lanzando cuatro dados; y numerosos oráculos de Asclepio, donde los enfermos se apiñan pidiendo consulta y remedios a sus males, que se les revela en sueños después de un ayuno. Los oráculos del tebano Anfiarao y del malliano Anfíloco siguen el método de Asclepio.

El vaticinio en sueños era muy común en muchos oráculos.

    Pasífae tiene también un oráculo en la laconia Talame, patronizado por el rey de Esparta, donde las respuestas también se revelan en los sueños.

    Algunos oráculos no son tan fáciles de consultar como otros. Por ejemplo, en Lebadea hay un oráculo de Trofonio, hijo de Ergino el argonauta, donde el consultante debe purificarse con varios días de antelación y alojarse en un edificio dedicado a la Buena Suerte y a cierto Genio Bueno, bañarse solamente en el río Hércina y hacer sacrificios a Trofonio, a su nodriza Deméter Europa y a otras deidades. Allí se alimenta de carne sagrada, especialmente de carnero que ha sido sacrificado al espectro de Agamedes, el hermano de Trofonio que le ayudó a construir el templo de Apolo en Delfos.

    Cuando está apto para consultar el oráculo, el suplicante es conducido al río por dos muchachos de trece años, y allí lo bañan y lo ungen. A continuación, bebe de una fuente llamada Agua del Lete, que le ayudará a olvidar su pasado, y de otra fuente cercana, llamada del Agua de la Memoria, que le ayudará a recordar lo que ha visto y oído. Vestido con botas de campo y una túnica de lino, y envuelto en vendas como una víctima dispuesta al sacrificio, se acerca entonces a la sima oracular, que se parece a un enorme horno de hacer pan, de ocho yardas de profundidad, y, después bajar por una escalera, encuentra una estrecha apertura al fondo por la que introduce sus piernas, sujetando en cada mano una torta de cebada mezclada con miel. De repente algo le tira de los tobillos y es arrastrado como por el remolino de un río, y en la oscuridad recibe un golpe en la cabeza, de tal forma que parece que va a morir, pero entonces un orador invisible le revela el futuro y muchos otros secretos misteriosos. En cuanto la voz ha acabado de hablar, pierde el conocimiento y la comprensión y al instante lo llevan de nuevo, con los pies por delante, al fondo de la sima, pero sin las tortas de miel. Después de eso lo sientan en la llamada Silla de la Memoria y le piden que repita lo que ha oído. Finalmente, aún medio aturdido, vuelve a la casa del Genio Bueno, donde recupera el sentido y la capacidad de reír.

    El orador invisible es uno de los Genios Buenos, pertenecientes a la Edad de Oro de Crono, que han descendido de la luna para hacerse cargo de los oráculos y los ritos iniciáticos y que actúan en todas partes como castigadores, vigilantes y salvadores. El genio consulta con el alma de Trofonio, que tiene forma de serpiente, y da el oráculo solicitado como pago por la torta de miel del suplicante.

Ares, dios de la Guerra

    El Ares traciano adora la batalla por sobre todo y su hermana Eris está provocando constantemente motivos para iniciar una guerra difundiendo rumores o despertando celos y envidias. Como ella, Ares no favorece a una ciudad o partido más que a otro, sino que lucha en este o aquel bando, según le surge la inclinación, disfrutando con la matanza de hombres y saqueando ciudades. Todos sus colegas inmortales le odian, desde Zeus y Hera hasta el más inferior, excepto Eris y Afrodita, que alimenta una perversa pasión por él, y el voraz Hades, que da la bienvenida a los valientes jóvenes guerreros muertos en crueles guerras.

Ares disfruta del fragor y la destrucción de la guerra.

    Ares no siempre resultó vencedor. Atenea, una luchadora mucho más hábil que él, le derrotó dos veces en combate, y una vez los hijos gigantes de Aleo le capturaron y encarcelaron en una vasija de bronce durante trece meses hasta que, medio muerto, fue liberado por Hermes. Y en otra ocasión Heracles le hizo regresar al Olimpo espantado de miedo. Despreciaba profundamente los litigios, nunca se presentó ante un tribunal como demandante y sólo una vez como acusado, cuando los otros dioses le cargaron el horrible asesinato de Halirrotio, el hijo de Poseidón. Él se justificó diciendo que había salvado a su hija Alcipe, de la Casa de Cécrope, de haber sido violada por el tal Halirrotio. Puesto que nadie había presenciado el incidente, excepto el mismo Ares y Alcipe, que naturalmente confirmó el testimonio de su padre, el tribunal lo absolvió. Ésta fue la primera sentencia pronunciada en un juicio por asesinato, y la colina en la que se celebró la causa pasó a ser conocida como Areópago, nombre que todavía conserva.